El progreso
del hombre casi siempre fue mirado de reojo y hasta objetado por las distintas
religiones, a tal punto que, como sabemos, diferentes astrónomos y filósofos de
la Edad Media fueron amedrentados con la muerte si es que atentaban contra la
doctrina teológica del Cristianismo, bajo el funesto mote de “herejes”.
Los claros
ejemplos son Giordano Bruno y Galileo Galilei, uno con peor suerte
que el otro, aunque en ambos casos la prohibición de sus hipótesis supuso un
entorpecimiento en contra del progreso del hombre en el campo del conocimiento.
Y es que condescender con sus respectivas teorías implicaba lisa y llanamente
derruir las bases de los credos religiosos de la Iglesia Católica.
Sin embargo,
siento que las contravenciones contra los pensadores estuvieron siempre
presente a lo largo de la historia, en distintos grados y con diferentes
matices.
En ese
aspecto, adentrándonos ya en el mito de Prometeo, podemos discutir si su
leyenda puede ser considerada una advertencia por parte de los
devotos a los filósofos de aquel momento o simplemente una personificación de
la evolución del hombre y nada más que eso.
En ese
sentido, planteo una hipótesis que admite discusiones:
Si Prometeo
es la personificación de la evolución del hombre, ¿la leyenda de su castigo
representa a su vez una censura contra el progreso real del ser humano?
No obstante,
para discutir sobre ella debemos primero conocer el mito del Titán benefactor
de la humanidad.
Prometeo era
hijo de Jápeto y hermano, entre otros, del Titán Atlas, a quien Zeus había
condenado a sostener la bóveda del cielo sobre sus espaldas. Inteligente de
nacimiento, Prometeo puso dicho intelecto al servicio de los hombres, a quienes
amaba por sobre todas las cosas.
Entre los beneficios
que nuestro héroe brindó a la humanidad se encontraban los antídotos para las
enfermedades, la construcción, las matemáticas, la astrología, la formación de
palabras con la agrupación de letras (lengua), entre muchas otras cosas, como
puede observarse en la obra atribuida a Esquilo, “Prometeo Encadenado”.
Esta extensa
lista de descubrimientos nos hace ver a las claras que, como tantos otros
dioses y titanes de la Mitología Griega que encarnaban entes inmateriales,
Prometeo es la personificación de la evolución y el progreso del hombre.
Sin embargo,
sus instrucciones más célebres para los humanos coinciden con aquellas que le
valieron su castigo, el cual consistía en estar encadenado en una de las
montañas del Cáucaso, donde un águila le roía todos los días su hígado, que,
siendo Prometeo inmortal, se regeneraba y hacía que el sufrimiento del titán
fuera eterno.
Por cierto,
su destino comienza cuando trama un ardid para que los mortales disfrutaran de
la carne de los animales que sacrificaban en honor a los dioses. Cierta vez, el
hijo de Jápeto llevó a cabo el sacrificio de un buey para luego dividir en dos
fuentes sus restos: en una de ellas colocó la carne y las vísceras y las cubrió
con los pelos, mientras que en la otra fuente ubicó todos los huesos
cubriéndolos con la sabrosa grasa del animal.
Una vez
preparadas las cazuelas, ofreció a Zeus la posibilidad de elegir una de ellas
para que los dioses tuvieran su cena, a lo que el supremo dios respondió
optando por la sabrosa pero tramposa fuente con grasa, quedando la fuente con
la carne y las vísceras para los hombres.
Desde
entonces, los mortales realizan libaciones a los dioses a través del sacrificio
de un animal pero no por ello desechan la carne sino que ésta es reservada para
alimentación, tales los casos de las antiguas fiestas navideñas del
Cristianismo, el sacrificio judío o “Kosher”, el sacrificio islámico o “Halal”
y los propios sacrificios en la Antigua Grecia.
Encolerizado
por el artificio de Prometeo, Zeus prometió venganza contra los seres humanos
para castigar al fraudulento.
Fue así como
el “Crónida” resolvió no darles el fuego a los hombres para que éstos murieran
de frío. Pero Prometeo, que superaba en inteligencia hasta a los propios
dioses, escaló el monte Olimpo y se ocultó detrás de una roca, a la espera de
que Helio, dios del sol, pasara con su carro de caballos para dar inicio a un
nuevo día. Así, cuando el hijo de Hiperión inició su faena, Prometeo le
sustrajo una ración del fuego que llevaba en su refulgente carro y se lo entregó
a los hombres, que de esta manera descubrieron el fuego que les garantizaba
guarecerse de las heladas, cocinar sus comidas y conocer la metalurgia.
Si Zeus
había perdido los estribos ante el primer engaño, al descubrir la nueva osadía
de Prometeo deliberó un castigo atroz, tanto para él como para los humanos. Fue
así como encomendó a Hefesto (dios del fuego y la metalurgia), Bría (diosa de
la violencia) y Cratos (dios de la fuerza) que encadenaran a Prometeo en la
prominencia más alta de la cadena montañosa del Cáucaso.
A su vez, el
rey del Olimpo envió a un águila para que le royera al titán el hígado, el cual
se regeneraba al ser Prometeo inmortal. En cuanto a los hombres, ideó un plan
aun más perverso: ordenó a Hefesto que creara una mujer de arcilla, que tuviera
atributos en un punto medio entre los dioses y los mortales. Zeus le dio la
vida, la bautizó Pandora y le mandó a Hermes, dios mensajero, que la entregara
en matrimonio a Epimeteo, hermano de Prometeo que, a diferencia éste, era
sumamente torpe y poseía un extraño don desfavorable que era ver con dilación
los hechos que acontecían.
Es decir,
Prometeo se adelantaba a los hechos al ver el futuro y su hermano tenía una
disfunción intelectual de “reconocimiento tardío”, por lo que Zeus aprovechó dicha
inhabilidad para darle como esposa a Pandora y así castigar a la humanidad. En
concreto, el hermano de Prometeo tenía en su casa un jarrón o un cofre, según
la versión, que contenía todos los males de la vida, como las enfermedades, los
crímenes, el sufrimiento, la necesidad, entre otros; la estratagema era que
Pandora abriera el jarrón para liberar tales atrocidades. De esta manera, el
plan de Zeus, dado el carácter fisgón y entrometido de Pandora, no tardaría en
concretarse.
Por otra
parte, como dijimos, la idiosincrasia torpe y condescendiente de Epimeteo
cerraba el círculo del ignominioso designio del supremo dios del Olimpo. La
cuestión es que, finalmente, y a pesar de las prohibiciones de su esposo,
Pandora abrió el cofre y de él escaparon todos los males que afectaron a la
humanidad desde entonces…
Hefesto, Bría y Cratos encadenan a Prometeo para luego
llevarlo al Cáucaso
Por su
parte, Prometeo sufría su condena encadenado en el Cáucaso. Él, que había
ayudado a Zeus en su batalla contra los otros titanes, ahora se veía cruelmente
castigado por el dios. El águila desgarraba ferozmente sus carnes, padecimiento
que llegaría a su fin gracias a Heracles.
El héroe
pasó por el Cáucaso en su camino hacia el Jardín de las Hespérides, donde debía
robar las manzanas en el undécimo de los doce trabajos que le había impuesto el
tirano rey Euristeo. Heracles liberó así a Prometeo, preservándolo de soportar
perpetuamente su condena. A cambio, el titán le reveló el secreto para hacerse
de las manzanas sin inconvenientes, ya que éstas eran custodiadas por Atlas,
titán hermano de Prometeo.
Así, las
ayudas de Prometeo a los hombres justificaron su título de “benefactor de la
humanidad”. Además, cuando Zeus decide terminar definitivamente con los
mortales por sus crímenes, enviando a la tierra el famoso “Diluvio Universal”,
Prometeo advierte a su hijo Deucalión que fabrique un Arca que lo salvaría de
la legendaria tormenta, preservando así a la raza humana…
Como
conclusión, la impresionante leyenda de Prometeo nos lleva a meditar acerca de
cómo fue, es y (tal vez) será juzgada la evolución o el progreso del hombre
para aquellos ideólogos de las religiones.
En ese
sentido, no sólo el Cristianismo de la Edad Media intentó por todos los medios
castigar aquellos avances del hombre que atentaran contra la doctrina de la
Iglesia, sino que, en menos o mayor medida, todos los mitos religiosos
siguieron esta metodología de censura, la cual era ejecutada, mayormente, a
través del miedo.
Que Prometeo
sea castigado atrozmente por haber incidido en la evolución del hombre no
debería ser un dato menor, como tampoco lo es que el propio Dios cristiano
inflija condenas sobre los pecadores que “contradecían” las “verdades” de los
Cielos (“Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien,
den lugar a la ira de Dios.
Porque está
escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor“ -Romanos
12,19-)y que la Iglesia haya castigado con la muerte a Giordano Bruno y a
Galileo Galilei con la censura intimidante. El supuesto reflexivo, finalmente,
apunta a que Zeus, condenando a Prometeo, castiga en realidad a la evolución
que implicaba la aparición del fuego en los hombres, de la misma manera que la
Iglesia, al sancionar con la muerte a Giordano Bruno, estaba implícitamente
restringiendo la ciencia pro evolutiva del ser humano.
FUENTE: http://www.infomistico.com/