miércoles, 14 de septiembre de 2011

Resistencia Inca

Resistencia Incaica, Manco Inca. Por:José A. Ávalos
La reacción inicial de la masa indígena frente a la llegada de los invasores hispanos fue de sorpresa y desconcierto. Tanto la élite inca, como las masas indígenas quedaron sorprendidas ante la irrupción repentina de Pizarro y compañía. Embaucados luego por el discurso providencialista de Pizarro, una gran cantidad de pueblos anexados por los Incas vieron en éstos a emisarios celestiales y/o divinos llegados de las aguas con el propósito de devolverles su libertad y restaurar su antigua autonomía preincaica.

Pizarro, astuto político, supo sacar provecho de esta coyuntura, pactando alianzas con los Curacas de estas naciones, abiertamente enemigas de los Incas, prometiendo liberarlas del yugo quechua y restituirles sus antiguos privilegios perdidos por la invasión incaica. Entre las más conspicuas colaboradoras de Pizarro, tendríamos que mencionar sin lugar a dudas, a los Huancas en primer lugar, Chachapoyas, Cañaris, Yungas, entre otras.

Simultáneamente, la política maquiavélica de Pizarro lo impulsó a intervenir abiertamente en las pugnas intestinas que socavaban a la élite incaica, tomando partido por la facción huascarista, prometiendo restituir en el poder a la legítima dinastía cusqueña, ganándose de este modo la plena adhesión de estos en su lucha fraticida contra los partidarios de Atawalpa, que poco después de la muerte de éste enarbolarán las banderas de la resistencia en contra del invasor.

Por desgracia, la denodada resistencia de los más notables generales atawalpistas: Rumiñahui, Challcochimac y el Apo Quizquis, sucumbieron en una brava y tenaz, aunque inútil y vana resistencia, debido, entre otros, a dos factores gravitantes que, fueron aprovechadas magistralmente por Pizarro:

1. El colaboracionismo de las naciones sometidas al Imperio.
2. La decidida adhesión de la nobleza cuzqueña personificada en la notable figura de Manco Inca, quien, en un principio fue aliado incondicional de Pizarro, hasta el punto que el caudillo español lo llega a designar inca, en un gesto de aparente justicia a la causa cusqueña, pero que, en el fondo, no era sino la estrategia política de Pizarro para tomar posesión de la capital Imperial y posesionarse definitivamente de los territorios del destrozado Imperio de los Incas.

Una vez en el Cusco, liquidados los últimos remanentes de la resistencia antiespañola, y eliminado todo rastro de oposición atawalpista, Pizarro y sus huestes desenmascarán su verdadera naturaleza pérfida e inmoral, al saquear y profanar el templo sagrado del Sol, al ultrajar a las nustas y acllas cusqueñas, al entregarse sin rubor a lo más despiadado del pillaje y el vilipendio.

Frente a esta situación, Manco, el otrora dócil y leal Inca, se sublevará y se pondrá al frente de una rebelión que pondrá en jaque a los hispanos y que constituye una de las epopeyas más gloriosas de resistencia que nuestro pueblo le opuso al invasor español. Resistencia que, a pesar de la repentina muerte del joven caudillo en sus dominios de Vilcacamba, será proseguida por sus descendientes, los célebres Incas de Vilcabamba, quienes mantendrán prendida la llama de la resistencia hasta 1572, en que será apagada por causa de la traición y la salvaje represión del Virrey Francisco de Toledo, “ajusticiando” vilmente al último Inca de la gloriosa dinastía rebelde, Túpac Amaru I.

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