jueves, 15 de agosto de 2013

¿QUÉ MISTERIO SE ESCONDEN DETRÁS DE ESTE PERSONAJE UNIVERSAL LLAMADO JESÚS?

La historia que la mayoría de la gente conoce de Jesús es contada en el Nuevo Testamento.  El Nuevo Testamento es la parte de la Biblia cristiana compuesta por un conjunto canónico (autorizado) de libros y cartas escritas después del nacimiento de Jesús de Nazaret. Se le designa así en la Iglesia cristiana desde la época de Quinto Septimio Florente Tertuliano, más comúnmente conocido como Tertuliano (160 –220), padre de la Iglesia y Imagen 14prolífico escritor. Al contrario que en la Tanaj hebrea, llamada por los cristianos Antiguo Testamento, los cristianos, a excepción de los llamados judíos mesiánicos, no tienen el Nuevo Testamento en común con los judíos. Algunos autores presentan los nombres Antiguo y Nuevo Testamento con que se designa las dos grandes secciones en que se divide la Biblia cristiana como el resultado de un error de interpretación de la palabra diatheké, que significa: ‘deseo‘ o ‘voluntad‘, y también ‘acuerdo’ o ‘convenio‘. Con este criterio, diatheké en griego haría referencia al antiguo y al nuevo convenio de Dios con los hombres más que a las Escrituras mismas. Según otros autores, el término «testamento» proviene de la Vulgata, traducción de la Biblia al latín, realizada a finales del siglo IV (en el 382 d.C.) por Jerónimo de Estridón, y del paso del concepto hebreo al griego. Los traductores de la Septuaginta habrían querido evitar que al hablar del berith (la alianza entre Dios e Israel) se entendiera que era un pacto entre iguales. Por eso no usaron el término griego syntheké (que se traduce por ‘alianza‘), sino que escogieron diatheké, que se traduce por ‘testamento‘ o ‘voluntad‘, que es la obligación de uno solo con respecto a otro que solo recibe beneficios. De esta forma destacaron más la disparidad entre las partes, es decir, entre Dios y los hombres. De ahí que las versiones latinas, como la de Jerónimo de Estridón, y la mayoría de las versiones de la Biblia cristiana siguen utilizando el término «testamento» en lugar de «alianza» para referirse al Antiguo Testamento (alianza del Sinaí) y al Nuevo Testamento (alianza en la sangre de Cristo).


Las versiones más antiguas de textos del llamado Nuevo Testamento que se conservan están escritas en la lengua griega denominado koiné, la lengua franca en el Mediterráneo Oriental en época romana. La mayoría de los especialistas cree que éste fue el idioma en que originalmente se redactaron, aunque algunos libros puedan haberse escrito primero en idioma hebreo o arameo, la lengua semita hablada por Jesús y su entorno. La composición del Nuevo Testamento canónico se fijó poco a poco en los primeros siglos de la nueva religión. La lista más antigua se supone redactada hacia el año 170. La lista actual fue publicada originalmente por Atanasio de Alejandría en 370 y consagrada como canónica en el Tercer Concilio de Cartago de 397. Sin embargo, las disputas sobre la composición del canon no cesaron. Martín Lutero cuestionó la pertinencia de incluir la Epístola de Santiago, la Epístola de Judas, la Epístola a los Hebreos y el Apocalipsis de Juan o Libro de la Revelación. El Nuevo Testamento comprende los cuatro Evangelios canónicos, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de Pablo de Tarso, siete epístolas de diversa atribución y el Apocalipsis. Comprende, en total, 27 libros en el canon de la Iglesia Católica Romana, aceptado por la mayoría de las Iglesias de la Reforma. Según Robert W. Funk, fundador del Jesus Seminar (‘seminario de Jesús’), existen muchas variantes en los manuscritos griegos del Nuevo Testamento. Algunas son variantes menores sin trascendencia, pero también hay cambios significativos. Robert W. Funk asegura que: “Se ha estimado que hay más de 70.000 variantes significativas en los manuscritos griegos del Nuevo Testamento. Tal montaña de variaciones ha sido reducida a un número manejable por las ediciones críticas modernas que ordenan, evalúan y eligen entre la miríada de posibilidades. Las ediciones críticas del Nuevo Testamento griego utilizadas por eruditos son, de hecho, creaciones de los críticos textuales y editores. No son idénticas a ninguno de los manuscritos antiguos sobrevivientes. Son una composición de muchas versiones distintas“.

El Nuevo Testamento, al igual que gran parte del Antiguo Testamento, es una versión grandemente alterada del relato original sobre el cual está basado. Además es probable que solo un pequeño porcentaje de todo el relato de Jesús y sus discípulos originales se encuentre en la Biblia. Muchos de los cambios y supresiones en el Nuevo Testamento fueron hechos por concilios especiales de la Iglesia. Los procesos de corrección comienzan tan temprano como el año 325 d.C., durante el Primer Concilio de Niza y continuó hasta bien entrado el siglo XII.   Por ejemplo, el Segundo Sínodo de Constantinopla, en el 553 d.C., borró de la Biblia las referencias de Jesús sobre la “reencarnación”,  un concepto importante para Jesús y sus antiguos discípulos. Según Gérard Anaclet Vincent Encausse, más conocido como Papus (1865 – 1916), médico y ocultista francés de origen español, gran divulgador del ocultismo y fundador de la moderna Orden Martinista, el cambio que se cree que se da en las condiciones de existencia del ser que muere depende, sobre todo, de las ideas que circulan en el cerebro de los que siguen viviendo en la Tierra. El ser que acaba de morir sigue las leyes inmutables fijadas por la naturaleza y prosigue su evolución, sin que sus creencias personales deban intervenir. Si, tal como se cree, algo de nosotros subsiste en otro plano, es algo que, tarde o temprano, todos llegaremos a constatar. Dado que las relaciones físicas entre el muerto y los vivos se hallan interrumpidas, son estos últimos los que pretenden zanjar la cuestión, y es aquí donde interviene la madurez cerebral de cada uno. Para unos, la muerte es la interrupción de todo lo que la naturaleza ha hecho hasta aquel momento. La inteligencia, el sentimiento, los afectos, todo desaparece repentinamente y el cuerpo se convierte de nuevo en mineral o humo, según el caso. Para otros, la Muerte es la liberación. El Alma, hecha luz, se desprende del cadáver y se eleva hacia el cielo, rodeada de ángeles y de espíritus gloriosos. Entre estas dos opiniones extremas hay toda una gama de creencias intermedias. Los Panteístas basan la Personalidad del Muerto en las grandes corrientes de la Vida Universal. Los Místicos predican que el Espíritu liberado de las trabas de la materia sigue viviendo, intentando salvar con su sacrificio aquellos que sufren todavía en la tierra. Los Iniciados de las diversas escuelas siguen la evolución del ser a través de los diferentes planos de la Naturaleza hasta el momento en que este ser, por su propia voluntad, volverá a adquirir un nuevo cuerpo físico en el planeta donde aún le queda una “cuenta pendiente“.


Los Muertos de la Tierra son los Vivos de otro plan de evolución. La Naturaleza es avara y no deja que ninguno de sus esfuerzos se desperdicie en la nada. El cerebro de un artista o de un sabio representa años y años de lenta evolución. ¿Por qué debe perderse esto repentinamente? La reencarnación es el retorno del alma espiritual con un nuevo revestimiento carnal. Para un ser humano, este revestimiento es siempre un cuerpo humano. Pero la reencarnación puede darse ya sea en el mismo planeta donde tuvo lugar su última existencia, o bien en otro planeta. No se puede fijar un tiempo que preceda el retorno a un cuerpo material, así como tampoco se puede fijar un tiempo para la vida terrestre. Hay seres humanos que pasan tres años en la tierra y otros que viven ochenta años. Si dijéramos que el hombre vive treinta años en la tierra, hablaríamos como un aficionado en estadísticas, y no como un observador de las leyes reales. La duración de la vida en la tierra es un factor personal, al igual que la duración del tiempo que transcurre antes de volver a la tierra es, a su vez, un factor personal que depende de muchas circunstancias. Antes de venir a reencarnarse en un planeta, el ser espiritual se presta a la pérdida de la memoria de las existencias anteriores. Hay numerosos autores clásicos que se refieren a este hecho y que se hallan simbolizados por la absorción del vaso de agua del río Lethe, o río del olvido, que se bebía antes de volver a la tierra. En realidad, en todas las iniciaciones de la Antiguedad se ha mostrado la reencarnación como un misterio esotérico. Según las enseñanzas egipcias sobre la reencarnación, que se remontan a 3.000 años a.C., antes de nacer, el niño ha vivido y la muerte no pone fin a nada. La vida es un devenir, Khéprou, cuyo paso es como el del día solar que vuelve a empezar. El Hombre se compone de inteligencia, Khou, y de materia, Khat. La inteligencia es luminosa y para habitar el cuerpo se reviste de una sustancia que es el alma: Ea. Los animales poseen también alma: Ea, pero un Ea privado de inteligencia, de Khou. La vida es un soplo: Niwou. Cuando el soplo se retira en Ea, el hombre muere. Esta primera muerte se manifiesta materialmente a través de la coagulación de los líquidos, el vaciado de las venas y de las arterias y la disolución de la materia que forma el cuerpo.


Mediante el embalsamiento, son conservadas todas las materias, la sangre inclusive, las cuales Ea volverá a vivificar después del juicio de Osiris. El soplo está al servicio del alma. El cuerpo físico es el símbolo de la reencarnación terrestre. La reencarnación en la tierra sigue la misma ley que se reproducirá para cualquier revestimiento de carne, en cualquier planeta. La Tabla de Esmeralda, de Hermes, nos enseña que “lo que está arriba es como lo que está abajo, y recíprocamente, a fin de que se cumplan los milagros de la Unidad“. Así pues, si la reencarnación existe para el espíritu, también existe para el cuerpo. Es decir , un cuerpo terrestre debe volver a otro cuerpo terrestre sin marcharse de la tierra, si un espíritu vuelve a otra entidad material. De aquí es de donde proceden las confusiones entre la reencarnación o retorno del espíritu a un cuerpo material, tras un período astral, y la metempsicosis o travesía por el cuerpo material de cuerpos de animales y de plantas, antes de volver a un nuevo cuerpo material.  No hay que confundir la reencarnación con la metempsicosis, dado que el hombre no retrocede y que el espíritu jamás se convierte en el espíritu de un animal, excepto en el plano astral, pero esto todavía constituye un misterio. El cuerpo físico es un soporte triple: soporta tres principios y posee tres centros en los que cada uno de estos tres principios tiene su propio ámbito. El principio de los instintos, principio totalmente físico cuyo ámbito se halla en el vientre; El principio de los sentimientos y de las fuerzas astrales, cuyo ámbito se halla en el pecho, teniendo como centro el plexo cardíaco; El principio del mental y de las fuerzas espirituales cuyo ámbito se halla en la cabeza.  De estos principios se han hecho cuerpos, con lo cual cabe decir que hay un cuerpo físico, un cuerpo astral y un cuerpo mental. Pero esto son tan sólo palabras y divisiones ideológicas, por lo que debemos ceñirnos a la fisiología común. De hecho, en la creación todo se halla interrelacionado, con lo que es imposible estudiar un plano por sí solo.


Según Edouard Schure, en su magnífica obra  “Los Grandes Iniciados”, en que me he basado parcialmente para escribir este artículo: “solemne era la hora del mundo y el cielo del planeta estaba ensombrecido y lleno de presagios siniestros“. A pesar del esfuerzo de los iniciados, el politeísmo sólo había conducido en Asia, en África y en Europa a un desastre de la civilización. Esto no disminuye el alcance de la sublime cosmogonía de Orfeo, tan espléndidamente cantada por Homero. Sólo se puede acusar a la naturaleza humana de su dificultad en mantenerse en cierta altura intelectual. Para los grandes espíritus de la antigüedad, los Dioses jamás fueron otra cosa que una expresión poética de las fuerzas jerarquizadas de la naturaleza, una imagen parlante de su organismo interno. Y, también, como símbolos de las fuerzas cósmicas y anímicas, esos Dioses viven indestructibles en la conciencia de la humanidad. En el pensamiento de los iniciados, esa diversidad de dioses o fuerzas estaba dominada y penetrada por el Dios supremo o Espíritu puro. El objeto principal de los santuarios de Memfis, de Delfos y de Eleusis había sido precisamente enseñar esa unidad de Dios con las ideas teosóficas y la disciplina moral que se relacionan. Pero los discípulos de Orfeo, de Pitágoras y de Platón fracasaron ante el egoísmo de los políticos, ante la mezquindad de los sofistas y las pasiones de la multitud. La descomposición social y política de Grecia fue la consecuencia de su descomposición religiosa, moral e intelectual. Apolo, el verbo solar, la manifestación del Dios supremo y del mundo supraterrestre por la belleza, la justicia y la adivinación, se calla. Ya no hay más oráculos, más inspirados, más verdaderos poetas. Los misterios mismos se corrompen, pues se admite a las sicofantes y a las cortesanas en las fiestas de Eleusis. Cuando el alma se espesa, la religión se vuelve idólatra; cuando el pensamiento se materializa, la filosofía cae en el escepticismo. Así vemos a Luciano de Samósata (125 – 181 d.C.), escritor sirio de expresión griega y uno de los primeros humoristas, perteneciente a la llamada Segunda sofística, burlarse de los mitos.


Supersticiosa en religión, agnóstica en filosofía, egoísta y disolvente en política, ebria de anarquismo y condenada a la tiranía; he aquí lo que habría llegado a ser aquella Grecia divina, que nos ha transmitido la ciencia egipcia y los misterios del Asia bajo las inmortales formas de la belleza. Si alguno comprendió lo que al mundo antiguo faltaba, si alguien trató de elevarlo por un esfuerzo de heroísmo y de genio, fue Alejandro el Grande. Ese legendario conquistador, iniciado como su padre Filipo en los misterios de Samotracia, se mostró más hijo intelectual de Orfeo que discípulo de Aristóteles. Sin duda, el Aquiles de Macedonia, que se lanzó con un puñado de griegos, a través del Asia, hasta la India, soñó con el imperio universal, pero no al modo de los Césares por la opresión de los pueblos, por el aplastamiento de la religión y la ciencia libres. Su gran idea fue la reconciliación del Asia y la Europa, por una síntesis de las religiones apoyada sobre una autoridad científica. Movido por este pensamiento, rindió homenaje a la ciencia de Aristóteles, como a la Minerva de Atenas, al Jehovah de Jerusalén, al Osiris egipcio y al Brahma de los Indios, reconociendo, cual verdadero iniciado, la misma divinidad y la misma Sabiduría bajo todos esos símbolos. Amplias miras, soberbia adivinación eran las de este nuevo Dionisos. La espada de Alejandro fue el último resplandor de la Grecia de Orfeo. Él iluminó el Oriente y el Occidente. El hijo de Filipo murió en la embriaguez de su victoria y de su ensueño, dejando los jirones de su imperio a generales rapaces. Pero su pensamiento no murió con él. Había fundado Alejandría, donde la filosofía oriental, el judaísmo y el helenismo debían fundirse en el crisol del esoterismo egipcio, esperando la palabra de resurrección del Cristo. A medida que los astros-gemelos de Grecia, Apolo y Minerva, descendían palideciendo sobre el horizonte, los pueblos vieron subir en su cielo tempestuoso un signo amenazador: la loba romana. Pero, ¿cuál es el origen de Roma?. La conjuración de una oligarquía ávida, en nombre de la fuerza brutal; la opresión del intelecto humano, de la Religión, de la Ciencia y del Arte por el poder político deificado. En otros términos, lo contrario de la verdad, según la cual un gobierno no extrae su derecho más que de los principios supremos de la Ciencia, de la Justicia y de la Economía.


Este punto de vista, diametralmente opuesto a la escuela empírica de Aristóteles y de Montesquieu, fue el de los grandes iniciados, de los sacerdotes egipcios, así como de Moisés y Pitágoras. Esto ha sido señalado y puesto a la luz del día, con mucha fuerza, en  la Mission de Juifs, de Saint-Yves d’Alveydre. Es especialmente notable su capítulo sobre la fundación de Roma. Toda la historia romana no es más que la consecuencia de ese pacto de iniquidad, por cuyo medio los Padres Conscriptos del Senado romano declararon la guerra a Italia al principio y después a todo el género humano. Eligieron como símbolo la loba de bronce, que eriza su pelo salvaje y adelanta su cabeza de hiena sobre el Capitolio. Es la imagen de aquel gobierno, el demonio que poseerá hasta el final el alma romana. En Grecia, al menos se respetaron siempre los santuarios de Delfos y de Eleusis. En Roma se rechazó desde el principio la Ciencia y el Arte. La tentativa del sabio Numa Pompilio, el iniciado etrusco, fracasó ante la ambición sospechosa de los Padres Conscriptos. Trajo consigo los libros sibilinos, que contenían una parte de la ciencia de Hermes. Creó jueces árbitros elegidos por el pueblo, distribuyó tierras, elevó un Templo a la Buena Fe y a Jano. El rey Numa, que la memoria del pueblo no dejó de querer por considerarle inspirado por un genio divino, parece una intervención histórica de la ciencia sagrada en el gobierno. No representa al genio romano, sino al genio de la iniciación etrusca, que seguía los mismos principios que la escuela de Memfis y de Delfos. Después de Numa, el Senado romano quemó los libros sibilinos, arruinó la autoridad de los flamenes, sacerdotes romanos, destruyendo las instituciones arbitrales y volviendo a su sistema, en que la religión sólo era un instrumento de dominación política. Roma se convirtió en la hidra que devora a los pueblos con sus Dioses. Las naciones de la tierra fueron poco a poco sometidas y expoliadas. La carcel mamertina, también llamada el Tullianum, que era una prisión (carcer) ubicada en el foro romano en la Antigua Roma, se llenó de reyes del Norte y del Mediodía. Roma, no queriendo más sacerdotes que esclavos y charlatanes, asesina en la Galia, en Egipto, en Judea y en Persia, a los últimos mantenedores de la tradición esotérica. Aparenta adorar a los Dioses, pero en realidad no adora más que a su loba. Y ahora, en una aurora sangrienta, aparece a los pueblos el último hijo de esa loba, que resume el genio de Roma.

Roma ha absorbido a todos los pueblos. César, su encarnación, devora todos los poderes. César no aspira únicamente a ser emperador de las naciones; uniendo sobre su cabeza la tiara a la diadema se hace nombrar gran pontífice. Después de la batalla de Thapsus, le votan la apoteosis divina. Luego su estatua se erige en el templo de Quirinus, con un colegio de oficiantes que llevan su nombre: los sacerdotes Julianos. Por una suprema ironía y una suprema lógica de las cosas, ese mismo César, que se hace Dios, niega la inmortalidad del alma en pleno Senado. No hay más Dios que César. Con los Césares, Roma, heredera de Babilonia, extiende su mano sobre el mundo entero. Pero ¿qué ha venido a ser el Estado romano?. El Estado romano destruye en el exterior toda la vida colectiva. Dictadura militar en Italia; exacciones de los gobernadores y de los publicanos en las provincias. Roma conquistadora se arroja como un vampiro sobre el cadáver de las sociedades antiguas. Y ahora la orgía romana puede manifestarse a la luz del día, con su bacanal de vicios y su desfile de crímenes. Comienza por el voluptuoso encuentro de Marco Antonio y de Cleopatra; terminará por las acciones imprevistas de Mesalina y los furores de Nerón. Debuta con la parodia lasciva y pública de los misterios; acabará con el circo romano, donde las fieras se lanzarán sobre vírgenes desnudas, mártires de su fe, en medio de los aplausos de veinte mil espectadores. Sin embargo, entre los pueblos conquistados por Roma había uno que se llamaba el pueblo de Dios, y cuyo genio era opuesto al genio romano. ¿A qué se debe que Israel, gastado por sus luchas intestinas, aplastado por trescientos años de servidumbre, haya conservado su fe indomable?. ¿Por qué aquel pueblo vencido se levanta frente a la decadencia griega y la orgía romana, como un profeta con la cabeza cubierta con cenizas y los ojos llameantes de cólera terrible?. ¿Por qué osaba predecir la caída de los dueños del mundo, que tenían un pie sobre su garganta, y hablar no se sabe de qué triunfo final, cuando él mismo se aproximaba a su irremediable ruina?. Era porque una grande idea vivía en él, la que le había sido inculcada por Moisés.


Bajo Josué, las doce tribus habían erigido una piedra conmemorativa con esta inscripción: “Es un testimonio entre nosotros que Yahveh es el único Dios”. Cómo y por qué el legislador de Israel había hecho del monoteísmo la piedra angular de una idea religiosa universal, podemos verlo en el libro de Moisés. Éste había tenido el genio de comprender que del triunfo de esta idea dependía el porvenir de la humanidad. Para conservarla había escrito un Libro jeroglífico, construido un Arca de oro y creado un pueblo del polvo nómada del desierto. Sobre esos testigos de la idea espiritualista, Moisés hace surgir el fuego del cielo y retumbar el trueno. Contra ellos se conjuran no sólo los Moabitas, Filisteos, Amalecitas, todos los pueblos de Palestina, sino también las pasiones y debilidades del mismo pueblo judío. El Libro cesó de ser comprendido por el sacerdocio; el Arca fue tomada por los enemigos; y cien veces estuvo el pueblo a punto de olvidar su misión. ¿Por qué continuó fiel, a pesar de todo?. ¿Por qué la idea de Moisés quedó grabada en la frente y el corazón de Israel en letras de fuego?. ¿A quién es debida esta perseverancia exclusiva, esta fidelidad grandiosa a través de las vicisitudes de una historia agitada, llena de catástrofes, fidelidad que da a Israel su fisonomía única entre las naciones? Se puede responder: a los profetas y a la institución del profetismo. Rigurosamente y por la tradición oral, esto remonta hasta Moisés. El pueblo hebreo ha tenido profetas en todas las épocas de su historia, hasta su dispersión. Pero la institución del profetismo nos aparece, por primera vez, bajo una forma orgánica, en época de Samuel. El profeta Samuel fue quien fundó esas cofradías de Nibüm, esas escuelas de profetas frente a la monarquía naciente y a un sacerdocio ya degenerado. De ello hizo guardianes austeros de la tradición esotérica y del pensamiento religioso universal de Moisés, contra los reyes, en quienes debía predominar la idea política y el objetivo nacional. En aquellas cofradías se conservaron en efecto los restos de la ciencia de Moisés, la música sagrada con sus modos  y sus poderes, la terapéutica oculta, en fin el arte de la adivinación que los grandes profetas desplegaron con una pujanza, una alteza y una abnegación magistrales.


La adivinación ha existido bajo diversas formas y por los más diversos medios en todos los pueblos antiguos. Pero el profetismo de Israel tiene una amplitud, una elevación, una autoridad que pertenece a la alta región intelectual y espiritual, en que el monoteísmo mantiene el alma humana. El profetismo presentado por los teólogos de la letra como la comunicación directa de un Dios personal, negado por la filosofía naturalista como una pura superstición, sólo es en realidad la manifestación superior de las leyes universales del Espíritu. Las verdades generales que gobiernan al mundo, dice Ewald en su hermoso libro sobre los profetas, en otros términos los pensamientos de Dios son inmutables e inatacables, completamente independientes de las fluctuaciones de la voluntad y de la acción de los hombres. El hombre es llamado originalmente a participar de ellos, a comprenderlos y traducirlos libremente en actos. Por ahí alcanza su propio, su verdadero destino. Pero para que el Verbo del Espíritu penetre en el hombre de carne, es preciso que el hombre sea sacudido hasta el fondo por las grandes conmociones de la historia. Entonces la verdad eterna brota como un reguero de luz. Por esto se dice tan frecuentemente en el Antiguo Testamento, que Yahveh es un Dios vivo. Cuando el hombre escucha la divina voz, una nueva vida se edifica en él, en la cual ya no se siente solo, sino en comunión con Dios y con todas las verdades, y en la cual se encuentra presto a ir de una verdad a la otra, hasta el infinito. En esa nueva vida, su pensamiento se identifica con la voluntad universal. Tiene la visión clara del tiempo presente y la fe plena en el éxito final de la idea divina. El hombre que siente esto es profeta, es decir, que se siente irresistiblemente lanzado a manifestarse a los demás como representante de Dios. Su pensamiento se convierte en visión, y esa fuerza superior que hace brotar la verdad de su alma, a veces quebrándola, constituye el elemento profético.


Según Georg Heinrich August Ewald (1803 – 1875), orientalista y teólogo alemán, en su obra “Die Propheten”: “Las manifestaciones proféticas han sido en la historia los rayos y los relámpagos de la verdad”. He aquí la fuente de donde esos gigantes que se llaman Elias, Isaías, Ezequiel, Jeremías, extrajeron su fuerza. En el fondo de sus cavernas o en el palacio de los reyes, fueron realmente los centinelas del Eterno, y como dice Elíseo a su maestro Elias, “los carros y los jinetes de Israel”. Con frecuencia predicen de un modo clarividente la muerte de los reyes, la caída de los reinos, los castigos de Israel. A veces también se engañan. Aunque encendida en el sol de la verdad divina, la antorcha profética vacila y se oscurece a veces en sus manos al soplo de las pasiones nacionales. Pero jamás se equivocan sobre las verdades morales, sobre la verdadera misión de Israel, sobre el triunfo final de la justicia en la humanidad. Como verdaderos iniciados, predican el desprecio al culto exterior, la abolición de los sacrificios sangrientos, la purificación del alma y la caridad. Donde su visión es admirable es en cuanto concierne a la victoria final del monoteísmo, su papel libertador y pacificador para todos los pueblos. Las más terribles desgracias que puedan afligir a una nación, la invasión extranjera, la deportación en masa a Babilonia, no pueden quebrantar su fe. Escuchad a Isaías durante la invasión de Senaquerib, rey de Asiria desde el 705 a. C. hasta su muerte, el 681 a. C., así como de Babilonia entre 705 y 703, y nuevamente de 689 hasta su muerte: “¿Yo que doy vida a los otros, no podré dar vida a Sión?, ha dicho el Eterno. Yo que hago nacer, ¿le impediré que nazca?, ha dicho tu Dios. ― Regocijaos con Jerusalén y estad en alegría a causa de él, vos que le amáis, vos que lloráis sobre él, regocijaos con él con gran alegría. ― Pues así ha dicho el Eterno: He aquí, yo voy a derramar sobre ella la paz como un río, y la gloria de las naciones como un torrente desbordado; y seréis amamantados y seréis llevados con ella y os acariciarán las rodillas. ― Os consolaré como una madre consuela a su hijo, y seréis consolados en Jerusalén. ― Viendo sus obras y sus pensamientos, vengo para reunir a todas las naciones y a todas las lenguas; ellas vendrán y verán mi gloria”. Apenas si hoy ante la tumba de Cristo esa visión comienza a realizarse. ¿Quién podría negar su verdad profética, al pensar en el papel de Israel en la historia de la humanidad?. No menos inquebrantable que esta fe en la gloria futura de Jerusalén, en su grandeza moral, en su universalidad religiosa, es la fe de los profetas en un Salvador o un Mesías. De él hablan;

Isaías es también quien le ve más claramente, quien le pinta con más fuerza en su lenguaje atrevido. “Saldrá un brote del tronco de Jessé, un vastago saldrá de sus raíces, y el Espíritu de Sabiduría y de Inteligencia, el Espíritu de Consejo y de Fuerza, el Espíritu de Ciencia y de Temor del Eterno. Juzgará con justicia a los pequeños y condenará con rectitud para mantener a los buenos sobre la tierra; y castigará a la tierra con el látigo y la boca y hará morir al malvado por el espíritu de sus labios”.  A esta visión el alma sombría del profeta se calma y se aclara como un cielo de tormenta al temblor de una arpa celeste, y todas las tempestades huyen. Porque ahora es realmente la imagen del galileo la que se dibuja: “Él ha salido como una flor de la tierra seca, ha crecido sin brillo. Es despreciado y el último de los hombres, un hombre de dolores. Se ha cargado de nuestros dolores y hemos creído que era un castigado por Dios. Ha quedado desolado por nuestros delitos y abatido por nuestras iniquidades. El castigo que nos trae la paz, ha caído sobre él y tenemos la curación de su llaga… Le acosan, le abaten y le llevan a la muerte como a un cordero y no ha abierto la boca”. Durante ocho siglos, sobre las disensiones y los infortunios nacionales, el verbo tonante de los profetas hizo dominar sobre todo la idea y la imagen del Mesías, tan pronto como un vengador terrible o como un ángel de misericordia. Incubada bajo la tiranía asiría en el destierro de Babilonia, nacida bajo la dominación persa, la idea mesiánica no hizo más que engrandecerse bajo el reino de los Seleúcidas y de los Macabeos. Cuando llegaron la dominación romana y el reino de Herodes, el Mesías vivía en todas las conciencias. Si los grandes profetas le habían visto bajo el aspecto de un justo, de un mártir, de un verdadero hijo de Dios, el pueblo, fiel a la idea judaica, se lo figuraba como un David, como un Salomón o como un nuevo Macabeo. Pero, como quiera que ello fuese, todo el mundo creía en aquel restaurador de la gloria de Israel, le esperaba, le llamaba. Tal es la fuerza de la acción profética.


Así, de igual modo que la historia romana conduce fatalmente a César por la vía instintiva y la lógica infernal del Destino, así también la historia de Israel conduce libremente al Cristo por la vía consciente y la lógica divina de la Providencia manifestada en sus representantes visibles: los profetas. El mal queda de continuo condenado a contradecirse y a destruirse a sí mismo, porque es lo falso; pero el Bien, a pesar de todos los obstáculos, engendra la luz y la armonía en la serie de los tiempos, porque él es la fecundidad de lo verdadero. De su triunfo, Roma sólo extrajo el cesarismo; de su hundimiento, Israel dio a luz al Mesías, dando razón a esta hermosa frase de un poeta moderno: “De su propio naufragio, la Esperanza crea la cosa contemplada”. Una vaga espera estaba suspendida sobre los pueblos. En el exceso de sus males, la humanidad entera presentía su salvador. Hacía siglos que las mitologías soñaban con un niño divino. Los templos de él hablaban en el misterio; los astrólogos calculaban su venida; sibilas delirantes habían vociferado la caída de los dioses paganos. Los iniciados habían anunciado que un día había de llegar en que el mundo sería gobernado por uno de los suyos, por un hijo de Dios. Tal es el sentido esotérico de la bella leyenda de los reyes magos, viniendo del fondo del Oriente a adorar al niño de Belén. La tierra esperaba un rey espiritual que fuese comprendido por los pequeños, los humildes y los pobres. El gran Esquilo, hijo de un sacerdote de Eleusis, estuvo a punto de perecer a manos de los Atenienses, porque se atrevió a decir, por boca de su Prometeo, que el reino de Júpiter terminaría. Cuatro siglos más tarde, a la sombra del trono de Augusto, Virgilio anunció una edad nueva soñando con un niño maravilloso: “Ha llegado esa última edad predicha por la sibila de Cumes, el gran orden de los siglos agotados vuelve a empezar; ya vuelve la Virgen y con ella el reino de Saturno; ya de lo alto de los cielos desciende una raza nueva. Este niño, cuyo nacimiento debe desterrar el siglo del hierro y traer la edad de oro al mundo entero, dígnate, casta Luciana, protegerle; ya reina Apolo tu hermano. Mira balancearse el mundo sobre su eje quebrantado; mira la tierra, los mares en su inmensidad, el cielo y su bóveda profunda, la naturaleza entera estremecerse con la esperanza del siglo futuro”.


¿Dónde nacerá ese niño? ¿De qué mundo divino vendrá su alma? ¿Por qué esfuerzo gigantesco sabrá resurgir desde el fondo de su conciencia terrestre y arrastrar tras sí la humanidad?. Nadie hubiese podido decirlo, pero le esperaba. Herodes el Grande, el usurpador idóneo, el protegido de César-Augusto, agonizaba entonces en su castillo de Cypros, en Jericó, después de un reinado suntuoso y sangriento que había cubierto la Judea de palacios espléndidos y de hecatombes humanas. Expiraba de una horrible enfermedad, de una descomposición de la sangre, odiado de todos, roído de furor y de remordimientos, frecuentado por los espectros de sus innumerables víctimas, entre las cuales se encontraba su inocente mujer, la noble Mariana, de la sangre de los Macabeos, y tres de sus propios hijos. Las siete mujeres de su harem habían huido ante el fantasma real, que vivo aún, olía ya a sepulcro. Sus mismos guardias le habían abandonado. Impasible al lado del moribundo, velaba su hermana Salomé, su mala inspiradora, instigadora de sus más negros crímenes. Con la diadema en la frente, el pecho chispeante de pedrerías, en actitud altiva, espiaba el último suspiro del rey, para coger el poder a su vez. Así murió el último rey de los Judíos. En aquel mismo momento acababa de nacer el futuro Rey espiritual de la humanidad. Herodes murió el año 4 antes de nuestra era. Los cálculos de la crítica concuerdan hoy en hacer remontar a esa fecha el nacimiento de Jesús. Y  los raros iniciados de Israel preparaban en silencio su reinado, en una humildad y oscuridad profundas.  


Saliendo de la escuela filosófica de Hegel y relacionándose con la escuela crítica e histórica de Wilhem Bauer, David Strauss, sin negar la existencia de Jesús, trató de probar que su vida, tal como se cuenta en los Evangelios, es un mito, una leyenda creada por la imaginación popular para llenar las necesidades del cristianismo naciente y según las profecías del Antiguo Testamento. Su tesis, puramente negativa, defendida con extrema ingeniosidad y profunda erudición, se ha visto que era cierta en algunos puntos de detalle, pero absolutamente insostenible en el conjunto y sobre los puntos esenciales. Además tiene el grave defecto de no explicar el carácter de Jesús ni el origen del cristianismo. La vida de Jesús, de Strauss, es un sistema planetario sin sol. Hay que concederle no obstante un mérito considerable: el de haber trasladado el problema desde el dominio de la teología dogmática al de los textos y la historia. La vida de Jesús, de Joseph Ernest Renán (1823 – 1892), escritor, filólogo, filósofo e historiador francés, debe su brillante fortuna a sus altas cualidades estéticas y literarias, pero también a la audacia del escritor, que ha osado hacer de la vida del Cristo un problema de psicología humana. Pero, ¿lo ha resuelto?. Después del éxito deslumbrador del libro, la opinión general de la crítica ha sido que no. El Jesús de Renán comienza su carrera como dulce soñador, moralista entusiasta y cándido; la termina como taumaturgo violento, que ha perdido el sentido de la realidad. “A pesar de todos los cuidados del historiador, dice Sabatier, resulta la marcha de un espíritu sano hacia la locura. El Cristo de  Renán flota entre los cálculos del ambicioso y los ensueños del iluminado”. El hecho es que llega a ser el Mesías sin quererlo y casi sin saberlo. Sólo se deja imponer ese nombre para complacer a los apóstoles y al deseo popular. No es con una fe tan débil como un verdadero profeta crea una religión nueva y cambia el alma de la tierra. La vida de Jesús, de Renán, es un sistema planetario iluminado por un pálido sol, sin magnetismo vivificante y sin calor creador.

¿Cómo llegó Jesús a ser Mesías?. He aquí el problema primordial, esencial, en la concepción del Cristo. Precisamente es en él donde Renán ha vacilado y tomado un camino complicado. Karl Theodor Keim (1825 –1878), teólogo protestante alemán, ha comprendido que era preciso abordar este problema de frente, en su obra “Das Leben Jesu“. Su Vida de Jesús es la más notable que se ha escrito después de la de Renán. Ella aclara la cuestión con toda la luz que se puede sacar de los textos y de la historia, interpretados exotéricamente. Pero el problema no es de aquellos que puedan resolverse sin la intuición y sin la tradición esotérica. Con esta luz esotérica, antorcha interna de todas las religiones, verdad central de toda filosofía fecunda, he tratado de reconstruir la vida de Jesús en sus grandes líneas, teniendo cuenta de todo el trabajo anterior de la crítica histórica, que ha preparado el terreno. El punto de vista esotérico es la síntesis de la Ciencia y de la Religión. Los cuatro Evangelios, que deben compararse y rectificarse unos con otros, son igualmente auténticos, pero a títulos diferentes. Mateo y Marcos nos dan los Evangelios preciosos de la letra y del hecho; allí se encuentran los actos y las palabras públicas. Lucas deja entrever el sentido de los misterios bajo el velo poético de la leyenda; es el Evangelio del Alma, de la Mujer y del Amor. San Juan reveló esos misterios. Se encuentran en él los filones secretos y profundos de la doctrina, el sentido de la promesa, la reserva esotérica. Clemente de Alejandría, uno de los raros obispos cristianos que tuvieron la clave del esoterismo universal, le ha llamado, con razón, el Evangelio del Espíritu. Juan tiene una visión profunda de las verdades trascendentales reveladas por el Maestro y una manera poderosa de resumirlas. Por eso tiene por símbolo el águila, cuyas alas franquean los espacios y cuyo ojo flameante los posee.

Hay demasiadas coincidencias entre los distintos mitos como para no llegar a la conclusión de que posiblemente hay un origen común. Como ejemplo podemos relatar cómo es descrito el dios hindú Vishnu alrededor del 1200 a.C.: “Cumpliendo una antigua profecía, nació de una virgen mediante la intervención de un espíritu santo. Cuando nació, un tirano dirigente quería matarlo por lo que sus padres tuvieron que huir. Todos los niños varones menores de dos años fueron muertos por el tirano que intentaba matar al niño. Ángeles y pastores asistieron a su nacimiento y le obsequiaron con oro, incienso y mirra. Fue venerado como el salvador de la humanidad y llevó una vida moral y humilde. Realizó milagros tales como curar enfermos, devolver la vista a ciegos, expulsar demonios y resucitar muertos. Fue condenado a muerte en la cruz entre dos ladrones. Descendió al infierno y se levantó de entre los muertos para ascender de regreso al cielo”. ¡Curiosa coincidencia con los relatos bíblicos!  En realidad estas similitudes son formalmente con Krishna, que es la octava encarnación de Vishnu, que a su vez es la segunda persona de la trinidad de la religión Hindú. Al considerar que Krishna es avatar de Vishnu, podemos establecer la relación indirecta con el mismo Vishnu. Y Krishna, llamado el Salvador, nació más de mil años antes que Jesús. Pero la historia sigue. Si en la mitología queremos encontrar a un salvador que murió para redimir nuestros pecados tenemos numerosos personajes en el mundo antiguo, principalmente en el Próximo Oriente y los Montes Cáucasos. He aquí sólo algunos de los personajes a los que se refieren los mitos mucho antes de que naciera Jesús: Krishna y Buda Sakia, en India; Osiris y Horus, en Egipto; Odín, en Escandinavia; Zoroastro, en Persia; Baal y Taut, en Fenicia; Indra, en India y Tibet; Tamuz, en Siria y Babilonia; Adad, en Asiria; Alcides, en Tebas; Bedru, en Japón; Bremrillahm, entre los Druidas; Thor, hijo de Odín, por parte de los Galos; Quetzalcoatl, en el antiguo México; Adonis, en Grecia; Mitra, en Persia e India; Mahoma, en Arabia; Dionisio o Baco, en Grecia. Un aspecto común a todos los nombres antes indicados es que recibían el nombre de “hijos de Dios”. Horus era el hijo de Dios en Egipto, y se derivó del Tammuz babilónico. Las conexiones son realmente sorprendentes, ya que Horus y Jesús eran “la Luz Del Mundo”.


Tanto de Jesús como de Horus se dijo que eran “el camino, la verdad y la vida”. Jesús nació en Belén, la “casa del pan” y Horus nació en Annu, el “lugar del pan“. Horus “el elevado“, es un dios celeste en la mitología egipcia. Se le consideró iniciador de la civilización egipcia. Horus fue representado como un halcón o un hombre con cabeza de halcón, con la corona Doble. También, como un disco solar con alas de halcón desplegadas, sobre las puertas y en las salas de los templos; y con forma leonina como Harmajis. El símbolo jeroglífico del halcón posado sobre una percha se empleó, desde la época predinástica, para representar la idea de dios. Horus es un dios muy antiguo, ya conocido desde la época predinástica. Desde el Imperio Antiguo, el faraón es la manifestación de Horus en la tierra, aunque al morir se convertirá en Osiris y formará parte del dios creador Ra. Durante el Imperio Nuevo se le asoció al dios Ra, que creemos era el dios sumerio Marduk. También forma parte de la tríada Osiriaca: Osiris, Isis, Horus. Según la mitología de Heliópolis, Geb (representando la tierra de Egipto) y su esposa y hermana Nut (representando el cielo), dan vida a dos varones, Osiris y Seth, y dos mujeres: Isis y Neftis. Osiris se casa con Isis, y Seth con Neftis. La leyenda da cuenta de los innumerables enfrentamientos entre Osiris y su hermano Seth. Gracias a un engaño, Seth logra asesinar a Osiris, lo descuartiza y oculta sus restos para evitar que encuentren su cuerpo, desperdigándolos por todo Egipto. Su mujer, Isis, enterada de lo sucedido, busca cada pedazo, día y noche, por todos los rincones de Egipto. Finalmente, Isis logra recuperar todos los restos de su difunto marido Osiris, menos su pene. Isis utilizó sus poderes mágicos para resucitar a su marido Osiris, que a partir de entonces se encargaría de gobernar en el país de los muertos, la Duat.


También, utilizando su magia, Isis pudo concebir un hijo del resucitado Osiris: a Horus. Al poco tiempo de nacer, Horus, hijo de Osiris, fue escondido por su madre Isis y lo dejó al cuidado de Thot, dios de la sabiduría, que lo instruyó y crió hasta convertirse en un excepcional guerrero. Al llegar a la mayoría de edad, ayudado por los Shemsu Hor luchó contra Seth para recuperar el trono de su padre, asesinado por aquél. Seth quedó como el dios del Alto Egipto y Horus del Bajo Egipto. Posteriormente Horus fue dios de todo Egipto, mientras que Seth era dios del desierto (incluyendo la Península de Sinai, un lugar clave) y de los pueblos extranjeros. Este mito representa la lucha entre la fertilidad del valle del Nilo (Osiris) y la aridez del desierto (Seth). Más adelante dejó el gobierno a los reyes míticos, denominados Shemsu Hor, según la tradición. Como dios solar, Horus defiende la barca de Ra, con la ayuda de Seth, contra la malvada serpiente Apep. Además es el protector de Osiris en el inframundo egipcio, o Duat. Tanto Jesús como Horus eran “el Buen Pastor”. Tanto Horus como Jesús son “el cordero”. Jesús Y Horus son identificados con una cruz. Jesús y Horus fueron bautizados a los 30 años. Jesús era el hijo de una virgen, María, mientras que Horus lo era de otra virgen, Isis. El nacimiento de Jesús y Horus fueron señalados por una estrella. Jesús tenía 12 discípulos y Horus tenía 12 seguidores. Tanto Jesús como Horus eran “el Lucero Del Alba”. Jesús era el Cristo y Horus era el Krst. Jesús fue tentado en una montaña por Satanás y Horus fue tentado en una montaña por Set. Ver aquí la identificación de Set con Satanás. También Hay una piedra erguida fenicia representando a su dios del Sol, Bel o Bil, con un halo simbolizando los rayos del Sol. Y esta es la manera en que Jesús es representado, ya que se supone era también un símbolo del Sol. Llegados a este punto nos es realmente difícil hacer una distinción entre Jesús y Horus.

De todos ellos se decía que eran hijos de Dios y que murieron para redimir nuestros pecados, nacieron de una madre virgen y su aniversario era el 25 de diciembre. Mitra fue crucificado, pero se levantó de entre los muertos en la fecha del 25 de marzo, la Pascua cristiana. Mitra era un dios conocido en la antigüedad, principalmente en Persia e India. Mitra era el dios de la luz solar, de origen persa que pasó a formar parte del imperio romano. Se conservan diversas esculturas, en su mayor parte del siglo III. Se le representa como un hombre joven, con un gorro frigio, matando con sus manos un toro. Durante el Imperio romano, el culto a Mitra se desarrolló como una religión mistérica, y se organizaba en sociedades secretas, exclusivamente masculinas, de carácter esotérico e iniciático. Gozó de especial popularidad en ambientes militares. Obligaba a la honestidad, pureza y coraje entre sus adeptos. Las excavaciones iniciadas en 1857 bajo la iglesia de San Clemente, en Roma, mostraron que estaba construida sobre una iglesia paleocristiana del siglo IV, y esta a su vez sobre un templo dedicado a Mitra. Por los hallazgos arqueológicos se sabe que es una religión de origen persa, adoptada por los romanos en el año 62 a. C., que compitió con el cristianismo hasta el siglo IV. Existen realmente pocos textos escritos por autores mitraístas. Se conservan algunas pinturas e inscripciones, así como descripciones de esta religión por parte de sus oponentes, entre los que hay neoplatónicos y cristianos. Buena parte de lo que ha circulado acerca de este mitraísmo se ha basado en las teorías de un erudito belga llamado Franz Cumont. Su obra titulada “Los misterios de Mitra”, publicada en 1903, condujo a aseveraciones por parte de la Escuela de la Historia de las Religiones en el sentido de que el mitraísmo había influenciado algunas prácticas del incipiente cristianismo.


Mitra también es un dios védico de la India. En idioma sánscrito el término mitra significa ‘amigo’. Mitra es uno de los Aditya, los hijos de la diosa Aditi. El título de Aditya indica su clasificación de dioses solares y/o del cielo. Según el Rig Veda, Aditi es una deidad femenina, madre de todos los dioses, esposa de Kashyapa e hija de Daksha, un dios menor progenitor del universo. Se dice que ella lo contiene todo, y se le podría considerar como «naturaleza» o «diosa primigenia creadora».  En los Vedas, Mitra es un dios secundario del sol, siendo mucho más conocido Surya, que sí queda bien definido como el Dios Sol en todas las escrituras en las que se le menciona. Según el Rig Veda, el Mitra védico nunca va solo, sino en compañía de su hermano gemelo Varuna. Mitra está relacionado con los juramentos, la honestidad y la amistad, así como es considerado como el sol del alba. No suele tener tanto protagonismo como su hermano, y por ello suele pasar más desapercibido. A veces se le confunde con Agni, aunque éste es dios del fuego, y bastante más belicoso. En contraposición, a su hermano Varuna se le asigna la creación de rayos, tormentas, lluvias, ríos y los mundos de las profundidades. Incluso se le llega a asignar el papel de Dios de los muertos y, dentro del agua, siempre va acompañado de nagas. También en el Rigveda se menciona su papel de dios lunar o Chandra, posteriormente asignado a Shiva. Mitra y Váruna también se mencionan en los antiguos Puranas. Todo apunta a que pertenecieron al rango de dioses anteriores del período pre-sánscrito, antes de la aparición del hinduismo primitivo. En este hinduismo primitivo, el dios que ocupaba el rango de dios-sol era Surya, en oposición al dios lunar Chandra. Hay que comentar que en los Vedas, no hay mucha claridad en la identificación de muchos dioses. La razón es que, con el paso del tiempo, fueron cambiando los cultos, donde se mencionan a dioses que ya casi nadie recuerda a excepción de unos pocos estudiantes de las escrituras y algunos brahmanes. Lo cierto es que Mitra, como su madre Aditi y el resto de los Adityas, pueden ser reminiscencias de tiempos muy anteriores al establecimiento del vedismo, religión anterior al hinduismo. Actualmente en el culto hindú, los Adityas ocupan un segundo plano. Pero los sijs y otras religiones de la India todavía creen en Surya, dejando huellas de que en su momento de auge fue comparable al culto del Dios-Sol, Amón-Ra, en Egipto. Todo ello viene a decir que el dios Mitra védico, como Dios-Sol no tiene en el hinduismo la relevancia que tuvo Surya. Y aunque el dios-sol Surya tuvo un papel protagonista, fue posteriormente relegado a un segundo plano por otras deidades.


Las iniciaciones Mitraicas tenían lugar en cuevas adornadas con los signos de Capricornio y Cáncer, símbolos de los solsticios de invierno y verano. Mitra fue a menudo representado como un león alado, un símbolo del Sol todavía usado por algunas sociedades secretas actuales. Los iniciados en los ritos de Mitra eran llamados leones y eran marcados en sus frentes con la cruz egipcia. Los iniciados en primer grado tenían una corona de oro puesta sobre sus cabezas, representando su esencia espiritual, y esta corona se siete rayos, simbolizando los rayos del Sol, puede ser encontrada en la Estatua de la Libertad, en Nueva York. Todos estos rituales se remontaban a varios miles de años en referencia a Nimrod, la Reina Semíramis, y Tammuz, en la antigua Babilonia y Sumer. De Mitra se dijo que era el hijo Sol de dios que murió para salvar a la humanidad y darle la vida eterna. Un símbolo clásico de Mitra era un león con una serpiente enrollada alrededor de su cuerpo, mientras sostenía las llaves del cielo. Esto representa a Nimrod y es el origen de la historia de San Pedro sosteniendo las llaves del cielo. Pedro era el nombre del sumo sacerdote de la escuela de misterios de Babilonia. Después de que un iniciado del culto Mitraico había terminado el ritual, los miembros tenían una comida de pan y vino en los que creían que estaban comiendo la carne de Mitra y bebiendo su sangre. Se decía que Mitra, como una lista larga de dioses pre-cristianos, había sido visitado por hombres sabios en su nacimiento, que le trajeron obsequios de oro, incienso y mirra. El culto de los misterios de Mitra se extendió desde Persia al Imperio Romano y al resto de Europa. El lugar donde está ubicado el Vaticano, en Roma, era un lugar sagrado para los seguidores de Mitra. Y su imagen y símbolos han sido encontrados en rocas y tablillas de piedra en todas las provincias occidentales del imperio romano, incluyendo Alemania, Francia y Gran Bretaña. Todo parece indicar que el dios del Sol, Mitra (o Nimrod), tuvo cierta influencia en la creación de la Iglesia Católica. De Tammuz, que fue reverenciado en Babilonia y Siria, se decía que nació la medianoche del 24 de diciembre.


De Jesús se dice que es el “juez de los muertos“. Esto también se decía de Nimrod, Krishna, Buda, Ormuz, Osiris y otros. Jesús es “el alfa y la omega, el primero y el último”. Lo mismo se decía de Krishna, Buda, Baco, Zeus y otros. Se afirma que Jesús llevó a cabo milagros, como curar enfermos o resucitar a muertos. También se dice de Krishna, Buda, Zoroastro, Horus, Osiris, Marduk, Baco, Hermes y otros. Jesús nació de “sangre real”. Y también Buda, Rama, Horus, Hércules, Baco, Perseo y otros. Se dice que Jesús nació de una virgen. Y también se afirma de Krishna, Buda, Lao-tze, Confucio, Horus, Ra, Zoroastro, Prometeo, Perseo, Apolo, Mercurio, Baldur, Quetzalcoatl y muchos otros. Jesús resucitó. Y lo mismo se dice de Krishna, Vishnu, Buda, Quetzalcoatl y otros. La enigmática estrella en el nacimiento de Jesús es otra historia repetida y se remonta al relato babilónico de Nimrod quien, en un sueño, vio una estrella brillante salir sobre el horizonte. Los adivinos le dijeron que esto predecía el nacimiento de un niño que se haría un gran príncipe. Y muchas de las representaciones de María y Jesús son similares a la manera en que los egipcios retrataron a Isis y su hijo Horus. Y, en Babilonia, a la Reina Semíramis y su hijo Tammuz. Todo parece indicar que Jesús era un símbolo del dios del Sol o la Luz Del Mundo. Y esta misma frase fue utilizada por los ario – fenicios para simbolizar el “único dios verdadero” muchos miles de años antes del nacimiento de Abraham. También simbolizaban a su único dios verdadero, el Sol, con la “única cruz verdadera“. Los cristianos representan a Jesús con un halo alrededor de su cabeza y así es cómo los fenicios retrataban los rayos del Sol alrededor de la cabeza de su dios del Sol, Bel o Bil. Esto puede ser visto en una piedra fenicia del siglo IV a.C. El Sol también estaba en el centro de la religión egipcia y, a mediodía, cuando el Sol estaba en la cumbre de su viaje diario, rezaban al “Más Alto“. Las vírgenes madres asociadas con todos estos dioses del Sol eran nombres diferentes para la Reina Semíramis o Ninkharsag, también conocida como Isis, que es el símbolo egipcio de la fuerza creativa femenina sin la que nada, ni siquiera el Sol, podría existir.

Con el tiempo, los nombres que una vez habían simbolizado a los “dioses” extraterrestres fueron utilizados para describir conceptos y principios esotéricos. Las distintas culturas y religiones aplicaron distintos nombres a estos mismos conceptos. Según creemos, Horus se convirtió en Jesús e Isis se convirtió en María, la madre de Jesús, que representaba el Sol. María es representada repetidamente sosteniendo al niño Jesús, pero esto es simplemente una repetición de todas las representaciones egipcias de Isis abrazando al niño Horus. Por esta razón creemos que todos estos personajes son simbólicos. Isis y Maria se asociaron al signo Virgo del Zodíaco. Y los títulos dados a Isis de “Estrella del Mar” y “Reina de Cielo” también fueron aplicados a María; y ambos se originan en la Reina Semíramis, que fue llamada la Reina de Cielo en Babilonia. El Cristianismo y el Judaísmo deben muchos conceptos a la antigua Babilonia. En todo el mundo, Sumer, Babilonia, Asiria, Egipto, Gran Bretaña, Grecia, Europa, México, América Central o Australia, pueden rastrearse los mismos mitos y rituales orientados al Sol. Era la religión universal miles de años antes del Cristianismo. La adoración del Sol y el fuego era usual en las religiones de la India, donde sus fiestas marcaban el ciclo del Sol durante el año. Y en la historia de Jesús pueden verse continúas referencias simbólicas. La corona de espinas es el símbolo de los rayos del Sol, tal como la corona con rayos de la Estatua de la Libertad. La cruz es también simbolismo del Sol. Leonardo da Vinci, Gran Maestro del Priorato de Sión (Sol), utilizó este mismo simbolismo en su famosa pintura de la Última Cena. Divide a los 12 discípulos en cuatro grupos de tres, con Jesús, el “Sol“, en medio de ellos. Otra vez esto es el simbolismo astrológico dibujado por un alto iniciado de las escuelas de misterios, que conocía la verdad. También se dice que Leonardo da Vinci dibujó a uno de los discípulos como una mujer, a fin de simbolizar a Isis, Barati o Semíramis.  De Jesús se dice que nació en 25 de diciembre, una fecha que los Cristianos tomaron de las religiones del Sol. También se dice que murió en una cruz en la Pascua. Esto es una repetición de la misma historia antigua. Los egipcios representaron a Osiris estirado sobre una cruz en un claro simbolismo astrológico. De acuerdo con los antiguos el Sol necesitó tres días para resucitar de su “muerte” el 21 / 22 de diciembre. Y precisamente se citan 3 días entre la muerte de Jesús y su resurrección de entre los muertos, el mismo tiempo que necesitó Tammuz, en Babilonia, para resucitar.


Así es cómo el Evangelio de Lucas describe qué ocurrió cuando Jesús murió en la cruz: “Y era sobre la sexta hora, y había oscuridad sobre toda la tierra hasta la novena hora. Y el Sol fue oscurecido….“. El hijo / Sol había muerto y por tanto había oscuridad. Y esta oscuridad duró 3 horas. La misma historia de la oscuridad durante la muerte fue explicada por los Hindúes con respecto a Krishna, por los budistas en relación a Buda, por los griegos en referencia a Hércules, por los aztecas con respecto a Quetzalcoatl, y por otros muchos, antes de la época de Jesús. Cuando murió, Jesús “descendió al infierno“, justo como Krishna, Zoroastro, Osiris, Horus, Adonis, Tammuz, Baco o Hércules. Luego resucitó de entre los muertos como Krishna, Buda, Zoroastro, Adonis, Tammuz, Osiris, Mitra o Hércules. Jesús fue crucificado en la Pascua porque coincidía con el equinoccio de primavera, cuando el Sol entra en el signo de Aries, el cordero. Y el cordero en el Apocalipsis representa el mismo símbolo. Alrededor del 2.200 a.C el grupo conocido como el Sacerdocio de Melchizedek empezó a utilizar mandiles, prendas para los oficios religiosos, hechos con lana de cordero, un símbolo continuado hasta la actualidad por los francmasones. Es en Pascua, durante el equinoccio de primavera, que Jesús (el Sol) triunfa sobre la oscuridad. A este respecto observemos que es la época de año con más tiempo de luz solar. El mundo es restaurado por el poder del Sol y por esta razón el equinoccio de primavera era uno de los eventos más sagrados de los egipcios. La Reina Isis fue representada a menudo con cabezas de carneros para simbolizar que la época de Aries, la primavera, era un período de creación abundante en la naturaleza. La fiesta de la Pascua era tan importante para los antiguos cristianos como el 25 de diciembre. La leyenda de Mitra decía que fue crucificado y resucitó el 25 de marzo. El día religioso cristiano es el domingo, pero en ingles se denomina Sunday, que quiere decir “día del Sol”. Las iglesias cristianas se construyen normalmente siguiendo el eje Este-Oeste, con el altar situado en el Este. Esto quiere decir que los feligreses miran en dirección al Este, la dirección del Sol naciente. Incluso productos como los huevos de Pascua o los bollos de pasas no son originarios de la tradición cristiana. Los huevos teñidos eran un ofrecimiento sagrado durante la Pascua en Egipto y Persia.


Junto con el simbolismo del Sol, la historia de Jesús y sus predecesores también incluyen el simbolismo de la iniciación en las escuelas de misterios. La cruz como un símbolo religioso puede ser encontrado en muchas culturas: en América, China, India, Japón, Egipto, Sumer o Europa. La Rueda De La Vida budista está formada por dos cruces superpuestas y las aves con sus alas abiertas son utilizadas para simbolizar la cruz en múltiples insignias o escudos de armas. Una de las formas más antiguas de la cruz es la cruz Tau, que se parece a la letra T. Ésta era la cruz en la que los romanos colgaban a los condenados a muerte. Fue el símbolo del dios druida, Hu o Cernunnos, y todavía es utilizada hoy por los francmasones en su símbolo de la escuadra. Cernunnos, el Astado, Señor de la Danza, también es llamado Gwynn ap Nudd, “blanco Hijo de la Noche” o “Señor del Inframundo”; Woden, “el hombre verde”; Herne el Cazador o Hijo Serpiente. Fue también considerado un miembro muy poderoso de los Tuatha Dé Danann. Conocido bajo una forma u otra en todas las zonas de influencia celta. Los druidas le llamaban Hu Gadarn o “Dios Cornudo de la fertilidad”, y se le representaba sentado en la posición del loto, con cuernos sobre la cabeza, cabello largo rizado, barba y portador de una lanza y un escudo. Sus símbolos eran el ciervo, el carnero, el toro y la serpiente cornuda. Cernunnos representa algunos de los aspectos fundamentales de la vida y es señor de la mitad oscura del año. Bajo el aspecto del Rey Erl, que dirige una cacería salvaje, es atrapado por el deseo del Fomorii (a medias ser humano, medio verraco, que se relaciona con los demonios), convirtiéndose en un monstruo y persiguiendo a los hermanos y hermanas de los Dragones a través de toda Gran Bretaña hasta que se libera de su influencia con la lanza de Lugh. Cernunnos se asocia con los cuernos de los machos, sobre todo de los ciervos y los cuernos de los carneros y con las serpientes (muy similar a los dioses sumerios). Este y otros atributos lo asocian con la producción y la fertilidad. La Cruz Ansata egipcia, o “cruz de la vida“, añadió un bucle circular en la cabeza de la cruz. Y tanto la Cruz Ansata como la cruz Tau pueden verse en múltiples estatuas y construcciones antiguas en toda América Central. Están asociadas con el agua y los babilonios emplearon la cruz como un símbolo de los dioses del agua, que decían les habían traído su civilización. Y los dioses serpiente Nagas, en la India, también se decía que vivían en el agua.

El concepto de un dios salvador muriendo por la humanidad es muy antiguo. Las religiones de India, originarias de los arios del Cáucaso, tenían la tradición de un salvador crucificado, siglos antes del Cristianismo. Krishna aparece en algunas representaciones clavado a una cruz de la misma manera que Jesús. Quetzalcoatl se dice que salió del mar llevando una cruz y también se le ha representado clavado en una cruz. En el simbolismo de las escuelas de misterios una cruz de oro significa iluminación; una cruz de plata significa purificación; una cruz de metales básicos significa humillación; y una cruz de madera significa aspiración. La última se relaciona con el simbolismo constante del árbol y las figuras de un dios salvador muriendo en árboles o cruces de madera. Algunas de las ceremonias de misterios paganas obligaban a que el aspirante estuviese colgado en una cruz o acostado en un altar en forma de cruz. Simbolizaba la muerte del cuerpo en el mundo físico y la apertura al mundo espiritual. El clavar clavos o la sangre también son elementos simbólicos de las escuelas de misterios. La crucifixión de Jesús posiblemente era un evento simbólico con un significado oculto.  San Pablo dice en su primera carta a los Corintios: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene contenido, como tampoco la fe de ustedes. Con eso pasamos a ser falsos testigos de Dios, pues afirmamos que Dios resucitó, siendo así que no lo resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan”. Pero la resurrección es también parte del simbolismo del Sol en las religiones antiguas. En Persia, mucho antes del Cristianismo, tenían un ritual en el que un joven, aparentemente muerto, era retornado a la vida. Fue llamado el Salvador y de sus sufrimientos se decía que habían asegurado la salvación de la humanidad. El mismo relato fue contado en Egipto sobre Horus y en India sobre Krishna mil años antes del Cristianismo. La tumba de Jesús es simbólica de la oscuridad en la que el Sol descendió antes de que su renacimiento y casi todas las iniciaciones en escuelas de misterios se realizan en algún tipo de cueva o cámara subterránea. Incluso la historia de la lanza de Longinus, que perforó el costado de Jesús antes de ser bajado de la cruz, es un claro simbolismo de las escuelas de misterios.

La leyenda cristiana dice que esto lo hizo un centurión romano ciego llamado Longinus y un poco de la sangre de Jesús cayó sobre sus ojos y curó su ceguera. Longinus se convirtió y pasó el resto de su vida destruyendo ídolos paganos. Pero no es concebible que un centurión fuese ciego y otra vez descubrimos que esta historia es una repetición de versiones más antiguas. Hod, un dios que era ciego, clavó una lanza de muérdago al salvador escandinavo Balder, hijo de Odín. El 15 de marzo, durante los Idus de Marzo, era cuando muchos salvadores paganos también murieron. Este día estaba dedicado a Hod y después se hizo un día de fiesta Cristiana dedicada a Longinus. El símbolo del pez es otro tema recurrente en los Evangelios, pero en realidad es un símbolo de Nimrod / Tammuz, de Babilonia. Una razón para relacionar a Jesús con un pez podría ser el signo de Piscis, ya que cuando Jesús nació, se supone que la Tierra estaba entrando en la casa astrológica de Piscis. Estaba naciendo una Nueva Era y Jesús podría representar la era de Piscis. Actualmente estamos entrando en otra Nueva Era, la era de Acuario, de acuerdo con las leyes de la precesión de los equinoccios. Cuando la Biblia se refiere a fin del mundo, en realidad debería referirse a fin de una Era. Y actualmente estamos finalizando la era de Piscis, que ha durado 2.160 años. En realidad el Cristianismo no reemplazó las religiones paganas, sino que se apoyo en ellas. Los persas, que heredaron sus creencias de Sumeria, Egipto y Babilonia, también tenían bautismo, confirmación, paraíso e infierno, ángeles de luz y oscuridad, y un ángel caído. Todo esto fue absorbido por el Cristianismo. Durante la vida de Jesús, la Hermandad de los Esenios, a la que se dice perteneció, estaba ubicada en Qumrán, que es un valle del Desierto de Judea, en las costas occidentales del Mar Muerto, cerca del Kibbutz de Kalia, en Israel. Su importancia reside en la presencia de las ruinas de Qumrán y de las cuevas descubiertas en 1947 y que contenían un valioso tesoro arqueológico y bíblico. El sitio fue construido durante o con anterioridad al reinado de Juan Hircano entre el 134 y el 104 a. C. y tuvo diferentes etapas de ocupación hasta probablemente la caída de Jerusalén en el año 70, cuando Tito y la Legio X Fretensis destruyeron el asentamiento de los Esenios. Investigaciones del científico californiano Brian Desborough indican que este sitio era una colonia de leprosos en ese tiempo y que los Esenios vivieron en un lugar mucho más apropiado a lo largo de la costa del Mar Muerto.


Los Rollos del Mar Muerto, encontrados el año 1947 en cuevas cerca de Qumrán, han permitido conocer mejor el estilo de vida y creencias de la época. Los rollos fueron escondidos para evitar que cayeran en manos de los romanos durante la desafortunada revuelta judía alrededor de 70 d.C. Fueron encontrados unos 500 manuscritos hebreos y arameos, que incluían textos del Antiguo Testamento. Entre otros un ejemplar completo del Libro de Isaías, mucho más antiguo que la Biblia. Había montones de documentos que se relacionaban con las costumbres y organización de los Esenios. Los rollos confirman que los Esenios siguieron las ideas de los Levitas, en los textos del Antiguo Testamento, al pie de la letra. Cualquiera que no hiciese lo mismo era su enemigo y se opusieron ferozmente a la ocupación romana. Eran una rama de una secta egipcia aún más radical llamada los Therapeutae (“Sanadores“) y heredaron los conocimientos secretos de Egipto y el mundo antiguo. Los Therapeutae y los Esenios también usaron el símbolo del “messeh“, el cocodrilo “Draco” de Egipto, la grasa del cual ungía a los faraones bajo la autoridad de la Corte Real del Dragón.  Los Esenios tenían un detallado conocimiento en drogas, incluyendo variedades alucinógenas, que eran usadas en iniciaciones de escuela de misterios y para entrar en otros estados de conciencia. Las propiedades de los “hongos sagrados” o “Plantas Sagradas” eran tan importantes para la vida en la Hermandad secreta que el sumo sacerdote judío llevaba una gorra de hongo para reconocer su importancia. Tenían rituales especiales para su preparación y uso. Los hongos también estaban relacionados con el ciclo del Sol y eran escogidos con gran reverencia antes del amanecer. Y muchos símbolos de este ritual pueden encontrarse en la Biblia y textos más antiguos. El uso del hongo sagrado y otras drogas, así como los conocimientos secretos de sus propiedades, pueden ser rastreados hasta la antigua Sumer. Los Therapeutae tenían una floreciente universidad en Alejandría y desde allí enviaron misioneros para fundar comunidades afiliadas a través del Medio Oriente. Aquí otra vez tenemos la conexión entre Egipto y las escuelas de misterios.


Los Esenios eran seguidores de Pitágoras, el filósofo y matemático esotérico griego, que era un alto iniciado de escuelas de misterios, tanto griegas como egipcias. De acuerdo con el historiador Josefo, los Esenios, de acuerdo con las leyes de las escuelas de misterios, juraban mantener secretos los nombres de los poderes que gobernaban el universo. Mucho antes, los Esenio – Therapeutae practicaban rituales muy similares al bautismo cristiano y marcaban las frentes de los iniciados con una cruz. Esta era el símbolo indicado en el Libro de Ezequiel (Antiguo Testamento) para los iluminados y también era empleado para las iniciaciones en los misterios de Mitra y otras representaciones del dios del Sol. Los Esenios veían con aversión las actividades corporales naturales, incluyendo el sexo, como claros precursores de la Iglesia Católica, que iba a heredar muchas de sus creencias y ritos. Dos de los Rollos del Mar Muerto, uno en hebreo y el otro en arameo, contienen información del horóscopo, la creencia de que el movimiento de los planetas afecta el carácter y destino de una persona. Los Esenios practicaban astrología, cuyo simbolismo se puede encontrar en los Evangelios y el Antiguo Testamento. Los primeros cristianos fueron los herederos de los Esenio Therapeutae. El escritor Filón, que vivió en la época de Jesús, explicó en su obra “Tratado sobre la vida contemplativa” que, cuando los Therapeutae rezaban a Dios, se volvían hacia el Sol y lo escrutaban para descubrir el significado oculto de los libros sagrados. Escribió que también meditaban sobre los secretos de la naturaleza contenidos en sus libros y ocultados bajo el velo de la alegoría, que es la manera en que la Biblia está escrita. Relacionada con los Esenios y con el Antiguo y Nuevo Testamento, encontramos la sociedad secreta llamado los nazarenos. Muchos personajes del Antiguo Testamento, como Moisés, Sansón, Jesús, su hermano Santiago, Juan el Bautista y San Pablo, se decía eran miembros de esta sociedad secreta. El simbolismo Nazareno puede encontrarse en la Biblia y tanto los Esenios como los Nazarenos parecen pertenecer al mismo grupo.


De acuerdo con el historiador judío Josefo, los Esenios usaban el color blanco, pero los Nazarenos usaban el negro, el mismo color que los sacerdotes de Isis en Egipto. Y el negro es uno de los principales colores de la Hermandad Babilónica. Curiosamente el negro se ha convertido en un color asociado a la autoridad, como puede verse en las togas de abogados y jueces, y con la muerte. Es también el color tradicional en el mundo académico, en que se utiliza el traje negro y el birrete negro, todavía hoy en determinadas celebraciones, que es el símbolo del círculo y del cuadrado de la Masonería. Tal como ya hemos indicado, a Jesús el “Nazareno” se le relaciona con la sociedad secreta Nazarena. Los Esenios, Therapeutae y Nazarenos eran el vínculo entre el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y la creación del Cristianismo, ya que los primeros cristianos fueron llamados Nazarenos antes de que fueran llamados cristianos. Los rituales de la Hermandad Nazarena todavía pueden observarse en el Cristianismo. Los nazarenos usaban el negro y también lo hace la mayoría de los clérigos cristianos. En Qumrán se llevaba a cabo un baño ritual para lavar sus “pecados“, que se convirtió en el bautismo cristiano. Celebraban una comida con pan y vino que se convirtió en la misa Cristiana. W. Wynn Westcott, uno de los fundadores de la sociedad secreta inglesa Golden Dawn (“Aurora Dorada”), que tendría un papel significativo en el surgimiento de Adolf Hitler y del Nazismo, explicó, en su obra “The Magical Mason”, que los francmasones actuales se remontan a los Esenios y otros grupos similares. Todavía hoy la palabra árabe para Cristianos es Nasrani y el Corán musulmán usa el término Nazara, que se deriva de la palabra hebrea Nozrim, que provenía del término, Nozrei ha-Brit “los Guardianes del Arca de la Alianza”. El término, Nozrei ha-Brit, puede ser rastreado hasta los tiempos de Samuel, un personaje importante de los Levitas, y Sansón en el Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento dice “Tenías una viña que arrancaste de Egipto“. También se nos dice “La viña de Yahvé Sabaot es el pueblo de Israel, y los hombres de Judá, su cepa escogida“. El simbolismo de la viña puede ser rastreado hasta Babilonia y Egipto. En las escuelas de misterios de Grecia, sus dioses del Sol: Dionisio y Baco, eran los dioses de la viña. Y debemos tener en cuenta que las uvas dependen del Sol para crecer.


Y este simbolismo del Sol puede verse en los linajes reales y sacerdotales que conducen hasta los antiguos dioses extraterrestres. El Nuevo Testamento nos habla de la boda en Caná, pero en realidad era una ceremonia simbólica del Sol y la Tierra. En la región de Canaán cada primavera, celebraban ritos de fertilidad bajo el título “La fiesta de matrimonio de Canaán“. Y fue en esta boda simbólica en la que Jesús convierte el agua en vino, ya que son el Sol y el agua de la Tierra las que ayudan al crecimiento de las uvas para poder hacer el vino. De Baco, el hijo de Zeus y la virgen Semele, también se dijo que convirtió el agua en vino. También había rituales Esenios relacionados con el agua y vino. Los Esenios, Therapeutae y Gnósticos utilizaban los significados ocultos. Por otro lado, las historias de Jesús son un conjunto de alegorías relacionadas con el Sol, la astronomía, la astrología, los conocimientos secretos, los rituales y los nombres utilizados por las escuelas de misterios. El Nuevo Testamento es un reflejo del Antiguo Testamento. El Evangelio de Lucas dice que Jesús fue colocado en un pesebre, pero el Evangelio de Mateo dice que Jesús estaba en una casa: “Al entrar a la casa vieron al niño con María, su madre; se arrodillaron y le adoraron“. Las profecías decían que el “Mesías” (“messeh”, el cocodrilo de Egipto) sería llamado Emmanuel, pero el nombre del “Mesías” del Evangelio era Jesús. Es extraño que no se piense en ello cuando se citan las profecías sobre la venida de “Emmanuel” cada Navidad. El castigo para los supuestos delitos de los que Jesús fue acusado habría sido la lapidación hasta la muerte por parte de las autoridades judías, no los romanos. Y Poncio Pilatos, el procurador romano en esta época, se supone que se lavó las manos y rechazó la responsabilidad por la muerte de Jesús. Sin embargo, el lavado de manos para demostrar inocencia era una costumbre de la comunidad de los Esenios. La Biblia dice que era una costumbre romana, durante la fiesta de Pascua de los Judíos, ofrecer a un preso para ser liberado, pero esto no es cierto.


El Concilio de Letrán del siglo XII añadió un dogma a la Biblia que nunca fue mencionado por Jesús: el dogma o concepto de la Santísima Trinidad. La iglesia Cristiana no se limitó a cambiar en sí misma unas pocas ideas, sino que también rechazó libros enteros. La iglesia destruyó muchos documentos y registros que contradecían los cambios radicales que fueron hechos a la doctrina Cristiana por esos concilios. Afortunadamente, las escrituras originales que sobrevivieron los procesos de corrección todavía ofrecen claves valiosas y penetración dentro de la vida de Jesús. Muchos escritos rechazados por los concilios de la iglesia encuentran su salida en un libro conocido como la “Apócrifa” o escritura oculta.  La Apócrifa consiste   de las escrituras que fueron declaradas como de origen o calidad dudosa por la Iglesia. Algunos de los materiales fueron correctamente rechazados. Sin embargo otros trabajos apócrifos fueron omitidos simplemente porque ellos contradicen la versión oficial de la Iglesia sobre la vida de Jesús en varios detalles cruciales. Esos son detalles que si se investigan cuidadosamente, ofrecerían un punto de vista un tanto diferente sobre la vida de  Jesús de la que nos presenta la Biblia autorizada. De acuerdo a la  Apócrifa, la historia de Jesús comienza con sus abuelos maternos, Joaquín y Ana. Se dice que Joaquín era un sacerdote en un templo hebreo. Joaquín y Ana estaban felizmente casados excepto por un problema: ellos no habían sido capaces de producir niños. Esta era una fuente de considerable vergüenza  para ellos. Tener hijos, especialmente varones, era muy importante especialmente en esa época. Un día Joaquín estaba parado solo en descampado cuando se le apareció un ángel. El ángel fue descrito, emitiendo una enorme cantidad de luz y produciendo temor en Joaquín por su aparición. El ángel calmó a Joaquín diciéndole que no se avergonzara más porque un ángel causaría que Ana saliera preñada. La única estipulación por este honor era que Joaquín y su mujer debían llevar su hijo al templo para que fuera educado por los ángeles y sacerdotes de Jerusalén.

Todo sucedió de acuerdo al plan. A la edad de tres años, la pequeña de Joaquín y Ana, María, fue llevada al templo y dejada allí. María era una niña que estuvo dedicada a los ángeles y sacerdotes durante los once años siguientes. Cuando María y su grupo del templo cumplió 12 o 14 años, según fuentes diferentes, llegó para ella el tiempo de regresar al mundo y casarse. Sin embargo, María no fue libre para escoger a su marido. Sus mentores escogieron uno para ella. El hombre escogido para María era un hombre muy viejo cuyo nombre era José. En principio, José no estaba de acuerdo en casarse porque estaba bastante viejo y tenía otros hijos. Después que se hicieron muchos esfuerzos para cambiar su opinión, José consintió en casarse y fue a su hogar de Belén a preparar su casa para su nueva mujer. María por su parte fue al hogar de sus padres, Joaquín y Ana, en Galilea para hacer los preparativos. Mientras María estaba en Galilea, un ángel llamado Gabriel se le apareció, anunciándole que ella daría nacimiento al nuevo Mesías. María estaba confundida: “Dijo ella: ¿cómo puede ser eso? De acuerdo a mi voto (de castidad) nunca he tenido contacto sexual con ningún hombre. ¿Cómo puedo tener un hijo sin añadir la simiente de un hombre?”.  A esto respondió el ángel y dijo: “No pienses María que concebirás de una forma acostumbrada. Porque sin acostarte con un hombre, siendo virgen, concebirás y siendo virgen amamantarás a tu criatura. Porque el Espíritu Santo vendrá a ti y el poder del Altísimo te envolverá sin el calor de la lujuria. Así que aquel que le darás nacimiento será solo santo, porque es concebido  sin pecado y al nacer será llamado el Hijo de Dios”. Luego María, estrechando sus manos y levantando sus ojos al cielo, dijo: “la criada del Señor está atenta. ¡Que se haga lo que tú dices!”.           Varios investigadores creen que las historias de “partos vírgenes”  pueden estar basadas en casos de inseminación artificial. El parto virgen sólo significa que la mujer no llega a ser preñada por hombre, sino que lo que causó tener un hijo en este caso fue la acción de un “ángel”. Si consideramos que muchos ángeles del Nuevo Testamento probablemente son extraterrestres, la inseminación artificial llega a ser una evidente posibilidad.


La conversación entre María y su “ángel” expresa una fuerte creencia moral y  espiritual conectada con el acto de la concepción. La fecundación por un “ángel” fue considerada santa y deseable, pero la concepción por medios humanos frecuentemente fue considerada un pecado. Para alguien ocupado en inseminación artificial, allí habría una razón práctica para crear una distinción así. La inseminación artificial ayuda a garantizar el control sobre las características físicas del futuro niño; algo que no puede ser asegurado por el azar del apareamiento humano. Esto lo practican hoy los criadores de animales que controlan estrictamente la inseminación y cría del rebaño, de generación en generación a fin de obtener los mejores, los más fuertes y puros animales. A este respecto, es significativo que el vástago humano del pretendido parto virgen fue descrito como físicamente sin defectos y excepcionalmente hermoso en apariencia. Mientras algunos de estos halagos fueron, sin duda, debido a la tendencia de los seguidores a ver a sus líderes religiosos con la mejor luz posible, las historias de un ángel inductor de preñez en sucesivas generaciones, tal como el relato que rodea a Jesús, sugiere fuertemente un esfuerzo de reproducción. Esta discusión no significa una falta de respeto a la personalidad de Jesús, pero esta es la figura que surge. El desprecio expresado a los sacerdotes por los “ángeles bíblicos” en relación a los métodos humanos de concepción, aparentemente se basa en un mero interés práctico para asegurar una buena cría. Sin embargo, esto fue tomado muy a pecho por los sacerdotes antiguos y pasó a ser un elemento principal de muchas religiones monoteístas. En los días bíblicos, los seres humanos eran también ampliamente conocidos por pecaminosos, lo cual justificaba el tratamiento humano bárbaro sufrido de manos de sus “ángeles” y  de su “Dios”. Extendiendo este concepto del pecado a los métodos humanos de procreación, cada persona concebida mediante la relación sexual humana nacería en pecado y  por lo tanto espiritualmente condenado, lo cual creó un tremendo dilema.


Cada vez que un hombre y una mujer daban nacimiento a un niño, automáticamente estaban condenando a un ser espiritual; aunque los instintos humanos que producen niños son muy poderosos. La enseñanza religiosa de la condenación espiritual automática como consecuencia de la procreación, generó un conflicto de poder entre el camino para lograr la libertad espiritual y el camino físico para la reproducción. La ironía de esto es clara. Aquellas religiones que más fuertemente han condenado el “pecado inherente” en todos los seres humanos han sido también aquellas que se han opuesto más verbalmente al sexo no reproductivo. Estas enseñanzas tuvieron otro efecto importante: ellas ayudan a reducir la resistencia humana a  comprometerse  en la guerra. Es más fácil para una persona religiosa matar a alguien si él cree que la víctima es inherentemente pecadora. Afortunadamente, la mayoría de la gente hoy en día no cree más que esta concepción humana sea innatamente pecadora, incluyendo a la mayoría del clero.  El nacimiento a niños es vista como un acontecimiento de felicidad y eso es todo. A pesar de esto, encontramos todavía algunas de las viejas ideas fijas. Un pequeño número de filósofos, psiquiatras, líderes religiosos y sociólogos continúa proclamando que los seres humanos son inherentemente “malvados”, sea en el terreno religioso o ”científico”. Esto contribuye poco a nuestra cultura. Después de  la experiencia de María con el ángel, José viajó desde su hogar en Belén para recoger a María en Galilea. Para su desilusión, José descubrió que su joven ya estaba embarazada de varios meses. Pensando que María había cometido adulterio, José hizo los preparativos para abandonarla. Un ángel intervino y  convenció a José de que María era todavía virgen. José se quedó con María en Galilea hasta su noveno mes de embarazo. En  el noveno mes, José y  María salieron para el hogar de José en Belén para que pariera el niño allí. De acuerdo a la documentación apócrifa, la pareja no alcanzó a llegar a tiempo al hogar de José. María comenzó la labor de parto cerca de las afueras de Belén y había que localizar un refugio para ella inmediatamente. Lo que ella encontró fue una cueva.


En la cueva nació el niño Jesús: “Y cuando ellos venían por la cueva, María confesó a José que su tiempo de dar  a luz había llegado, y ella no podía llegar a la ciudad y dijo: Vamos a entrar en esa cueva. Estaba el sol llegando al ocaso. Pero José se apuró de tal forma que él pudiese encontrar una partera y cuando vio a una vieja mujer hebrea que era de Jerusalén, le dijo: Por favor, ven acá buena mujer, y vamos a la cueva y allí verás a una mujer dando a luz. Fue después del ocaso, cuando José y la vieja mujer llegaron a  la cueva y ambos entraron. Y miraron, y estaba todo lleno con luces, más grandes que las luces de una lámpara y de los candelabros, y más grandes que la luz del mismo sol. El niño estaba entonces arropado en suaves telas y mamando el pecho de su madre, Santa María “. La extraña luz en la cueva para alguna gente indica, la existencia de algún tipo de tecnología luminosa. Puede que no sea sorprendente cuando descubrimos que otro fenómeno de aparente alta tecnología rodea el nacimiento de Jesús, tal como la llamada Estrella de Belén.  Casi todos, en el mundo cristiano  conocen el relato de los tres hombres sabios que siguieron una estrella brillante hasta el niño Jesús, en Belén. La mayoría de los cristianos creen que esa extraña estrella, conocida como la Estrella de Belén, era de origen sobrenatural, una creación de Dios. Algunos científicos, si ellos no han desestimado la historia como un mito religioso, creen que la estrella puede haber sido el cometa Halley haciendo un paso bajo sobre la Tierra o un alineamiento raro de Venus y una estrella brillante. Varios escritores sobre OVNIS, por  otra parte, afirman que la Estrella de Belén era una nave que condujo a los tres hombres sabios desde su hogar en Persia hasta Belén de la misma forma que  Moisés y las tribus hebreas habían sido guiadas por un “Jehovah” aéreo antiguamente en la historia. Sorpresivamente, la documentación apócrifa misma apoya mejor a la teoría OVNI.  Un libro apocalíptico señala a uno de los tres sabios o magos: “Nosotros vimos una gran estrella extraordinariamente brillante entre las estrellas del cielo, así que opacaba a todas las demás estrellas de tal manera que ellas no se veían…”. Esto excluye al cometa Halley en cual nunca ha sido tan brillante. Un alineamiento de Venus y las estrellas no ocultarían las demás estrellas como se afirma.

No sólo la Estrella de Belén opacó a  las otras estrellas, sino que además se movía. “Así los hombres sabios comienzan su viaje y miran la estrella que ellos vieron al Este e iba delante de ellos, hasta que vino y se posó encima de la cueva donde el niño estaba con su madre María “. Después de guiar a los tres hombres sabios al lugar de nacimiento de Jesús, esa extraordinaria e inteligente estrella los acompañó de regreso a su hogar: “ … la luz a la cual ellos seguían hasta que regresaron a sus propios países “. Los pasajes precedentes ofrecen evidencia adicional de unos hipotéticos extraterrestres participando en la concepción y nacimiento de Jesús. ¿Quiénes eran entonces los tres hombres sabios?  Generalmente se dice de ellos que eran místicos y astrólogos. Se observa claramente que ellos fueron adoctrinados en las profecías mesiánicas de la Hermandad, porque de lo contrario no hubieran hecho el viaje. Significativamente, ellos eran nativos de Persia, baluarte del Zoroastrismo y el Arianismo (de arios) por esos tiempos. Muchos cristianos creen que Jesús nació en un establo de animales en la cercanía de la ciudad de Belén. De hecho, así lo dice Lucas en su libro del Nuevo Testamento. Sin embargo, los que plantean la historia del nacimiento en la cueva sostienen que Jesús no fue llevado al establo hasta varios días después de nacido. María, según se dice, tuvo que esconder a Jesús allí porque su vida estaba amenazada por el rey Herodes, un monarca local que estaba alarmado por las profecías del Mesías hebreo. Si fue verdad que Jesús nació en una cueva, ¿porqué el escritor Lucas y otros líderes antiguos de la iglesia declaran que la primera cuna de Jesús fue un pesebre? Fue la intención de aquellos que respaldaban a Jesús proclamarlo el Mesías hebreo. Para que esta afirmación fuera verdadera, ellos necesitaban probar que Jesús era un descendiente directo del rey hebreo David. Se requería de tal linaje para las profecías hebreas. Sin embargo, un grupo de historiadores religiosos ha llegado a la conclusión que Jesús pertenecía a una secta religiosa hebrea conocida como los Esenios.  Joaquín, Ana y María, todos pueden haber sido miembros de los templos Esenios. La cueva del nacimiento tendería a reforzar esta conclusión porque los Esenios eran bien conocidos por usar cuevas para hospicios y refugios. Si Jesús era esenio podría no haber sido un descendiente de David.


Según nos cuenta  Edouard Schure, los Esenios eran aparentemente judíos, pero ellos también estudiaban el Zend Avest de la religión Zoroástrica y se decía que practicaban el Arianismo, en que se consideraba que los pueblos europeos de raza blanca eran descendientes de un supuesto pueblo ario. Esto ayudaría a explicar la visita de los tres hombres sabios de  Persia al niño Jesús en Belén. Además, parece que ser ario era un requisito para llegar a ser esenio. Jesús mismo de dice que era de piel blanca y pelirrojo. Debido al prerrequisito racial para llegar a ser un esenio, ningún verdadero esenio podría haber sido descendiente directo del rey David, porque cada una de las tribus hebreas tenía un linaje diferente. Mucho de lo que sabemos hoy acerca de los Esenios viene de un famoso descubrimiento arqueológico de la mitad del siglo XX : los rollos del mar Muerto. Los rollos forman parte de una biblioteca de documentos muy antiguos que datan del primer siglo después de Cristo. Estos fueron escritos por miembros de una comunidad Esenia y escondidos por ellos en cuevas cerca del mar Muerto. Los rollos fueron descubiertos en 1947, o posiblemente en 1945, por un joven de la tribu de los Beduinos. De acuerdo al historiador John Allegro, quien analizó los rollos en su libro: “El Pueblo de los Rollos del Mar Muerto”, los Esenios tenían muchas de las características de una sociedad secreta. Por ejemplo, la admisión de una persona dentro de la Orden Esenia se cumplía sólo después de varios años de pruebas. Los Esenios practicaban los rituales de iniciación en los cuales juraban no divulgar nunca sus enseñanzas secretas. Ellos también mantenían confidencial los nombres de los “ángeles” que decían estar viviendo entre los Esenios en sus comunidades cerradas. Los sacerdotes Esenios con frecuencia se llamaban entre sí “los hijos de Zadok”, en honor al Gran Sacerdote Zadok, quien sirvió en el templo de Salomón. A la luz de esos descubrimientos, no es sorprendente que varias ramas de la Hermandad hayan declarado mucho tiempo antes del descubrimiento de los rollos del mar Muerto, que la organización Esenia era una rama de la Hermandad en Palestina, quizás la ramificación más importante de la Hermandad en la región. El escritor Albert Mac Key en su “Historia de la Masonería”, publicada en 1998, lo confirma diciendo que los Esenios poseían un sistema de grados y usaban un simbólico  mandil.


Lo que quería saber Jesús sólo los esenios podían enseñárselo. Los evangelios han guardado un silencio sobre los hechos y palabras de Jesús, antes de su encuentro con Juan el Bautista, por quien, según ellos, tomó en cierto modo posesión de su ministerio. Inmediatamente después aparece en Galilea con una doctrina determinada, con la seguridad de un profeta y la conciencia de ser el Mesías. Pero es evidente que ese principio atrevido y premeditado, fue precedido de un largo desarrollo y una verdadera iniciación. No es menos cierto que esa iniciación debió verificarse en la única asociación que conservaba entonces en Israel las tradiciones verdaderas, relacionadas con el género de vida de los profetas. Esto no deja duda alguna para quienes, elevándose sobre la superstición de la letra y la literalidad  del documento escrito, osan descubrir el encadenamiento de las cosas por medio de su espíritu. Se deduce no solamente de las relaciones íntimas entre la doctrina de Jesús y la de los esenios, sino también del silencio mismo guardado por el Cristo y los suyos sobre aquella secta. ¿Por qué él, que ataca con sin igual libertad a todos los partidos religiosos de su tiempo, no nombra nunca a los esenios?. ¿Por qué los apóstoles y evangelistas tampoco hablan de ellos?. Evidentemente porque consideran a los esenios como de los suyos, ya que estaban ligados con ellos por el juramento de los Misterios. Y la secta se fundió con la de los cristianos. La orden de los esenios, en tiempo de Jesús, se configura como el último resto de aquellas cofradías de profetas organizadas por Samuel. El despotismo de los tiranos de Palestina, así como la envidia de un sacerdocio ambicioso y servil, les había lanzado al retiro y al silencio. Ya no luchaban como sus predecesores y se contentaban con conservar la tradición. Tenían dos centros principales: uno en Egipto, a orillas del lago de Maóris; el otro en Palestina, en Engaddi, a orillas del Mar Muerto. Aquel nombre de esenios que se habían dado, procedía de la palabra siriaca: Asaya, médicos; en griego, terapeutas. Porque su único ministerio, para el público, era el de curar las enfermedades físicas y morales. “Estudiaban con gran cuidado, dice Josefo, ciertos escritos de medicina que trataban de las virtudes ocultas de las plantas y de los minerales”. (Josefo, Guerra de los Judíos).


Algunos poseían el don de profecía, como aquel Manahem, que había predicho a Herodes lo siguiente: “Sirven a Dios, dice Filón, con gran piedad, no ofreciéndole víctimas, sino santificando su espíritu. Huyen de las poblaciones y se dedican a las artes de la paz. No existe entre ellos un solo esclavo; todos son libres y trabajan unos para otros” (Filón, “De la Vida Contemplativa”). Las reglas de la orden eran severas. Para entrar en ella se precisaba el noviciado durante un año. Si se habían dado suficientes pruebas de templanza, se era admitido a las abluciones, sin entrar, no obstante, en relación con los maestros de la orden. Se precisaban aún dos años más de pruebas para ser recibido en la cofradía. Se juraba, “por terribles juramentos”, observar los deberes de la orden y no traicionar sus secretos. Sólo entonces se podía tomar parte en las comidas en común, que se celebraban con gran solemnidad y constituían el culto íntimo de los esenios. Consideraban como sagrado el vestido que habían llevado en aquellos banquetes y se lo quitaban antes de ponerse a trabajar. Aquellos ágapes fraternales, forma primitiva de la Cena instituida por Jesús, comenzaban y terminaban por la oración. Allí se daba la primera interpretación de los libros sagrados de Moisés y de los profetas. Pero en la explicación de los textos, como en la iniciación, había tres sentidos y tres grados. Muy pocos llegaban al grado superior. Todo se parece asombrosamente a la organización de los pitagóricos. Puntos comunes entre los esenios y los pitagóricos: La oración a la salida del sol; los vestidos de lino; los ágapes fraternales; el noviciado de un año; los tres grados de iniciación; la organización de la orden y la comunidad de los bienes regidos por curadores; la ley del silencio; el juramento de los Misterios; la división de la enseñanza en tres partes: Ciencia de los principios universales o teogonía, lo que Filón llama la lógica; la física o cosmogonía; la moral, es decir, todo lo que se refiere al hombre, ciencia a la cual se consagraban especialmente los terapeutas. Y todo esto existía con pequeñas variantes entre los antiguos profetas, porque se encuentra lo mismo en todas partes donde ha existido la iniciación.

Agreguemos que los esenios profesaban el dogma esencial de la doctrina órfica y pitagórica, el de la preexistencia del alma, consecuencia y razón de su inmortalidad. “El alma, al cuerpo por un cierto encanto natural, queda en él como encerrada en una prisión; libre de los lazos del cuerpo, como de una larga esclavitud, de él se escapa con alegría” (Josefo). Entre los esenios, los hermanos propiamente dichos vivían dentro de la comunidad de bienes, en el celibato, en lugares retirados, trabajando la tierra, educando a veces niños extraños a la orden. En cuanto a los esenios casados, constituían una especie de orden tercera, afiliada y sometida a la otra. Silenciosos, dulces y graves, se les veía aquí y allá cultivando las artes de la paz. Tejedores, carpinteros, viñadores o jardineros; jamás armeros ni comerciantes. Esparcidos en pequeños grupos en toda la Palestina, en Egipto y hasta en el monte Horeb, se daban entre sí la hospitalidad más cordial. Vemos así viajar a Jesús y a sus discípulos de pueblo en pueblo, de provincia en provincia, siempre seguros de encontrar un albergue: “Los esenios, dice Josefo, eran de ejemplar moralidad; se esforzaban en reprimir toda pasión y todo movimiento de cólera; siempre benévolos en sus relaciones, apacibles, de la mejor fe. Su palabra tenía más fuerza que un juramento; por eso consideraban al juramento en la vida ordinaria como cosa superflua y como un perjurio. Soportaban con admirable fuerza de alma y la sonrisa en los labios las más crueles torturas antes que violar el menor precepto religioso”. Indiferente a la pompa externa del culto de Jerusalén, repelido por la dureza saducea, el orgullo fariseo, el pedantismo y la sequedad de la sinagoga, Jesús se sintió atraído hacia los esenios por una afinidad natural. Puntos comunes entre la doctrina de los esenios y la de Jesús, son: El amor al prójimo ante todo, como el primer deber; la prohibición de jurar para atestiguar la verdad; el odio a la mentira; la humildad; la institución de la Cena tomada de los ágapes fraternales de los esenios, pero con un nuevo sentido, el del sacrificio.


La muerte prematura de José hizo por completo libre al hijo de María, hombre ya. Sus hermanos pudieron continuar el oficio del padre y sostener la casa. Su madre le dejó partir en secreto para Engaddi, el centro esenio. Acogido como un hermano, saludado como un elegido, debió adquirir rápidamente, sobre sus mismos maestros, un invencible ascendiente por sus facultades superiores, su ardiente caridad y ese algo de divino que difundía todo su ser. Recibió de ellos lo que los esenios solos podían darle: la tradición esotérica de los profetas, y por ella su propia orientación histórica y religiosa. Comprendió el abismo que separaba la doctrina judía oficial de la antigua sabiduría de los iniciados, verdadera madre de las religiones, pero siempre perseguida por Satán, es decir, por el espíritu del Mal, espíritu de egoísmo, de odio y de negación, unido al poder político absoluto y a la importancia sacerdotal. Aprendió que el Génesis encerraba, bajo el sello del simbolismo, una cosmogonía y una teogonía tan alejadas de su sentido literal, como la ciencia más profunda de la fábula más infantil. Contempló los días de Aelohim, la Divinidad Incognoscible e Inmanifestada, el Omnimisericordioso, el Eterno Padre Cósmico Común, o la creación eterna por la emanación de los elementos y la formación de los mundos; el origen de las almas flotantes y su vuelta a Dios por las existencias progresivas o las generaciones de Adán. Quedó asombrado de la grandeza del pensamiento de Moisés, que había querido preparar la unidad religiosa de las naciones, creando el culto de un Dios único y encarnando esta idea en el pueblo. Le comunicaron en seguida la doctrina del Verbo divino, ya enseñada por Krishna en la India, por los sacerdotes de Osiris en Egipto, por Orfeo y Pitágoras en Grecia, y conocida entre los profetas por el nombre de Misterio del Hijo del Hombre y del Hijo de Dios. Según esa doctrina, la más elevada manifestación de Dios es el Hombre, que por su constitución, su forma, sus órganos y su inteligencia es la imagen del ser universal y posee sus facultades. Pero, en la evolución terrestre de la humanidad, Dios está como esparcido, fraccionado y mutilado, en la multiplicidad de los hombres y de la imperfección humana. Él sufre, se busca, lucha en ella; es el Hijo del Hombre.


Nos dice Edouard Schure que el Hombre perfecto, el Hombre-Tipo, que es el pensamiento más profunda de Dios, vive oculto en el abismo infinito de su deseo y de su poder. Sin embargo, en ciertas épocas, cuando se trata de arrancar a la humanidad del abismo, de recogerla para lanzarla más alto, un Elegido se identifica con la divinidad, la atrae a sí por la Sabiduría, la Fuerza y el Amor y la manifiesta de nuevo a los hombres. Entonces la divinidad, por la virtud y el soplo del Espíritu, está completamente presente en él; el Hijo del Hombre se convierte en el Hijo de Dios y su verbo viviente. En otras edades y en otros pueblos, había habido ya hijos de Dios; pero desde Moisés, ninguno había vuelto a florecer en Israel. Todos los profetas esperaban aquel Mesías. Los videntes decían que ahora se llamaría el Hijo de la Mujer, de la Isis celeste, de la luz divina que es la Esposa de Dios, porque la luz del Amor brillaría en él sobre todas las demás, con brillo fulgurante desconocido aún en la Tierra. Aquellas cosas ocultas que el patriarca de los Esenios revelaba al joven galileo en las desiertas playas del Mar Muerto, en las soledades de Engaddi, le parecían a la par maravillosas y conocidas. Con singular emoción oyó al jefe de la orden mostrarle y comentarle estas palabras que se leen aún en el libro de Henoch: “Desde el principio, el Hijo del Hombre estaba en el misterio. El Altísimo le guardaba al lado de su poder y le manifestaba a sus elegidos… Pero los reyes se asustarán y prosternarán su semblante hasta tierra y el espanto les sobrecogerá, cuando vean al hijo de la mujer sentado sobre el trono de su gloria… Entonces el Elegido evocará todas las fuerzas del cielo, todos los santos de las alturas y el poder de Dios. Entonces los Querubines, los Serafines, los Ophanim, todos los ángeles de la fuerza, todos los ángeles del Señor, es decir, del Elegido y de la otra fuerza, que sirven sobre la tierra y por encima de las aguas, elevarán sus voces” (Libro de Henoch). Este pasaje demuestra que la doctrina del verbo y de la Trinidad, que se encuentra en el Evangelio de Juan, existía en Israel largo tiempo antes que Jesús y sale del fondo del profetismo esotérico. En el libro de Henoch, el Señor de los espíritus representa al Padre; el Elegido al Hijo y la otra fuerza al Espíritu Santo.


A estas revelaciones, las palabras de los profetas, cien veces releídas y editadas, relampaguearon a los ojos del Nazareno con resplandores nuevos, profundos y terribles, como relámpagos durante la noche. ¿Quién era aquel Elegido y cuándo llegaría a Israel?. Jesús pasó una serie de años entre los esenios. Se sometió a su disciplina, estudió con ellos los secretos de la naturaleza y se ejercitó en la terapéutica oculta. Dominó por completo sus sentidos para desarrollar su espíritu. No pasaba día sin que meditase sobre los destinos de la humanidad y se interrogaba a sí mismo. Fue una memorable noche, para la orden de los esenios y para su nuevo adepto, aquella en que éste recibió, en el más profundo secreto, la iniciación superior del cuarto grado, que sólo se concedía en el caso de tratarse de una misión profética deseada por el hermano y confirmada por los ancianos. Se reunían en una gruta tallada en el interior de la montaña como una vasta sala, con un altar y asientos de piedra. El jefe de la orden estaba allí con algunos ancianos. A veces dos o tres esenias, profetisas iniciadas, se admitían igualmente a la misteriosa ceremonia. Con antorchas y palmas saludaban al nuevo iniciado, vestido de lino blanco, como el “Esposo y Rey” que habían presentido y que veían quizás por última vez. En seguida, el jefe de la orden, de ordinario un anciano centenario, ya que Josefo dice que los esenios vivían mucho tiempo, le presentaba el cáliz de oro, símbolo de la iniciación suprema, que contenía el vino de la viña del Señor, símbolo de la inspiración divina. Algunos decían que Moisés lo había bebido. Otros lo hacían remontar hasta Abraham, que recibió de Melchisedec esa misma iniciación, bajo las especies del pan y del vino. (Génesis). Jamás presentaba el anciano la copa más que a un hombre en quien había reconocido con certeza los signos de una misión profética. Pero esa misión nadie podía definirla. Él debía encontrarla por sí mismo, porque tal es la ley de los iniciados; nada del exterior, todo por lo interno. En adelante, era libre, dueño de sus actos, hierofante por sí, entregado al viento del Espíritu, que podía lanzarle al abismo o elevarle a las cimas, por encima de la zona de las tormentas y de los vértigos. Cuando después de los cánticos, las oraciones, las palabras sacramentales del anciano, el Nazareno tomó la copa, un rayo de la lívida luz del alba, deslizándose por una quebrada de la montaña, corrió estremeciéndose sobre las antorchas y los amplios vestidos blancos de las jóvenes esenias, quienes también temblaron cuando cayó sobre el pálido galileo, en cuyo hermoso rostro se veía una gran tristeza.

Su mirada perdida iba hacia los enfermos del estanque de Siloé, en donde se curaba la ceguera. Según Isaías: “Porque ha rehusado ese pueblo las aguas de Siloé que fluyen mansamente y se ha desmoralizado ante Rasón y el hijo de Romelías, por lo mismo, he aquí que el Señor hace subir contra ellos las aguas del río embravecidas y copiosas”. Y, en el fondo de aquel dolor, siempre presente, entreveía ya su camino. En aquel tiempo Juan Bautista predicaba en las márgenes del Jordán. No era un esenio, sino un profeta popular de la raza de Judá. Llevado al desierto por una piedad austera, había pasado en él la más dura vida en la oración, los ayunos, las maceraciones. Sobre su piel desnuda, curtida por el sol, llevaba a guisa de cilicio un vestido tejido con pelo de camello, como signo de la penitencia que quería imponerse a sí mismo y a su pueblo. Porque sentía profundamente las angustias de Israel y esperaba su liberación. Se figuraba, según la idea judaica, que el Mesías vendría pronto como vengador y justiciero que, cual nuevo Macabeo, sublevaría al pueblo, arrojaría al Romano, castigaría a todos los culpables, entraría triunfalmente en Jerusalén, y restablecería el reino de Israel sobre todos los pueblos, en la paz y la justicia. Anunciaba a las multitudes la próxima llegada de aquel Mesías y agregaba que era preciso prepararse por el arrepentimiento de las faltas pasadas. Tomando de los esenios la costumbre de las abluciones, transformándola a su modo, había imaginado el bautismo del Jordán como un símbolo visible, como un público cumplimiento de la purificación interna que exigía. Esa ceremonia nueva, esa predicación vehemente ante inmensas multitudes, en el cuadro del desierto, frente a las aguas sagradas del Jordán, entre las montañas severas de Judea y de Perea, sobrecogía los ánimos y atraía a las multitudes. Recordaba los días gloriosos de los viejos profetas. Ella daba al pueblo lo que no encontraba en el templo: la sacudida  interior y, después de los terrores del arrepentimiento, una esperanza vaga y prodigiosa. Acudían de todos los puntos de Palestina, y aun de más lejos, para escuchar al santo del desierto que anunciaba al Mesías. Las poblaciones, atraídas por su voz, acampaban a su lado durante varios días para oírle. No querían marcharse, esperando que el Mesías llegase. Muchos no pedían otra cosa que empuñar las armas bajo su mando para comenzar la guerra santa. Herodes Antipas y los sacerdotes de Jerusalén comenzaban a inquietarse ante aquel movimiento popular. Por otra parte, los signos de la época eran graves. Tiberio, a la edad de setenta y cuatro años, acababa su vejez en medio de las bacanales de Caprea; Poncio Pilatos redoblaba en violencia contra los judíos; en Egipto, los sacerdotes habían anunciado que el fénix iba a renacer de sus cenizas.


Jesús, que sentía crecer interiormente su vocación profética, pero que buscaba aún su camino, vino también al desierto del Jordán, con algunos hermanos esenios que le seguían ya como a un maestro, Quiso ver al Bautista, oírle y someterse al bautismo público. Deseaba entrar en escena por un acto de humildad y de respeto hacia el profeta que osaba elevar su voz contra los poderes del día y despertar de su sueño el alma de Israel. Vio al rudo asceta, velludo y con largo cabello, con su cabeza de león visionario sobre un pulpito de madera, bajo un rústico tabernáculo, cubierto de ramas y de pieles de cabra. A su alrededor, entre los pequeños arbustos del desierto, una multitud inmensa, todo un campamento de funcionarios, soldados de Herodes, samaritanos, levitas de Jerusalén, idumeos con sus rebaños y árabes detenidos allí con sus camellos, sus tiendas y sus caravanas por “la voz que retumba en el desierto”. Aquella voz tonante pasaba sobre las muchedumbres, y decía: “Enmendaos, preparad las vías del Señor, arreglad sus senderos”. Llamaba a los fariseos y a los saduceos “raza de víboras”. Agregaba que “el hacha estaba ya próxima a la raíz de los árboles”, y decía del Mesías: “Yo sólo con agua os bautizo, pero él os bautizará con fuego”. Hacia la puesta del Sol, Jesús vio a aquellas masas populares agolparse hacia un remanso, a orillas del Jordán, y a mercenarios de Herodes, a bandidos, inclinar sus rudos espinazos bajo el agua que vertía el Bautista. Se aproximó él. Juan no conocía a Jesús, nada sabía de él, pero reconoció a un esenio por su vestidura de lino. Le vio, perdido entre la multitud, bajar al agua hasta que le llegó por la cintura e inclinarse humildemente para recibir la aspersión. Cuando el neófito se levantó, la mirada temible del predicador y la del galileo se encontraron. El hombre del desierto se estremeció bajo aquel rayo de maravillosa dulzura, e involuntariamente dejó escapar estas palabras: “¿Eres el Mesías?”. Sabemos que, según los Evangelios, Juan reconoció en seguida a Jesús como Mesías y le bautizó como tal. Sobre este punto su narración es contradictoria. Porque más tarde, Juan, prisionero de Antipas, en Makerus, hace preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que debe venir, o debemos esperar a otro?” (Mateo).

Esa duda tardía prueba que, si bien había sospechado que Jesús era el Mesías, no estaba completamente convencido. Pero los primeros redactores de los Evangelios eran judíos y deseaban presentar a Jesús como iniciado y consagrado por Juan Bautista, profeta judaico popular. El misterioso esenio nada respondió, pero inclinando su cabeza pensativa y cruzando sus manos sobre su pecho, pidió al Bautista su bendición. Juan sabía que el silencio era la ley de los esenios novicios. Extendió solemnemente sus dos manos; luego, el Nazareno desapareció con sus compañeros entre los cañaverales del río. El Bautista le vio marchar con una mezcla de duda, de secreta alegría y de profunda melancolía. ¿Qué era su ciencia y su esperanza profética ante la luz que había visto en los ojos del Desconocido, luz que parecía iluminar a todo su ser?.  Si el joven galileo era el Mesías, había visto realizado el ensueño de su vida. Pero su papel había terminado, su voz iba a callarse. A partir de aquel día, se puso a predicar con voz más profunda y emocionada sobre este tema melancólico. “Es preciso que él crezca y yo disminuya”. Comenzaba a sentir el cansancio y la tristeza de los leones viejos, que están fatigados de rugir y se acuestan en silencio para esperar la muerte. ¿Eres el Mesías?. La pregunta del Bautista repercutía también en el alma de Jesús. Desde el florecimiento de su conciencia, había encontrado a Dios en sí mismo y la certidumbre del reino de los cielos en la belleza radiante de sus visiones. Luego, el sufrimiento humano había lanzado a su corazón el grito terrible de la angustia. Los sabios esenios le habían enseñado el secreto de las religiones, la ciencia de los misterios; le habían mostrado la decadencia espiritual de la humanidad, su espera en un salvador. ¿Pero cómo encontrar la fuerza para arrancarla del abismo?. He aquí, que la llamada directa de Juan el Bautista, caía en el silencio de su meditación como el rayo del Sinaí. ¿Eres el Mesías?. Jesús sólo podía responder a esta pregunta recogiéndose en lo más profundo de su ser. De ahí su retiro, aquel ayuno de cuarenta días, que Mateo resume bajo la forma de una leyenda simbólica. La Tentación representa en la vida de Jesús aquella gran crisis y aquella visión soberana de la verdad, por la cual deben pasar infaliblemente todos los profetas, todos los iniciadores religiosos, antes de comenzar su obra.


Sobre el centro de Engaddi, donde los esenios cultivaban el sésamo y la viña, un sendero escarpado conducía a una gruta que se abría en el muro de la montaña. Se entraba en ella por medio de dos columnas dóricas talladas en la roca bruta, parecidas a las del lugar de Retiro de los Apóstoles, en el valle de Josaphat. Allí quedaba uno sobre el abismo a pico, como en un nido de águila. En el fondo de una cañada se veían viñedos, habitaciones humanas; más lejos, el Mar Muerto, inmóvil y gris, y las montañas desoladas de Moab. Los esenios habían construido este lugar de retiro para aquellos de los suyos que querían someterse a la prueba de la soledad. Se encontraban allí varios papiros de los profetas, aromas fortificantes, higos secos y un chorro de agua, único alimento del asceta en meditación. Jesús se retiró allí.  Al pronto volvió a ver en su espíritu todo el pasado de la humanidad. Pesó la gravedad de la hora presente. Roma vencía y, con ella, lo que los magos persas habían llamado el reino de Ahrimán y los profetas el reino de Satán, el signo de la Bestia, la apoteosis del Mal. Las tinieblas invadían la Humanidad, esta Alma de la tierra. El pueblo de Israel había recibido de Moisés la misión real y sacerdotal de representar a la viril religión del Padre, del Espíritu puro, de enseñarla a las otras naciones y hacerla triunfar. ¿Habían cumplido esta misión sus reyes y sacerdotes?. Los profetas, que sólo habían tenido conciencia de ello, respondían que no, ya que Israel agonizaba bajo la presión de Roma. ¿Era preciso una sublevación como la soñaban aún los fariseos, una restauración de la majestad temporal de Israel por la fuerza?. ¿Era preciso declararse hijo de David? y, tal como decía Isaías: “Pisotearé a los pueblos en mi cólera, y les embriagaré en mi indignación, y derribaré a tierra su fuerza”. ¿Se necesitaba ser un nuevo Macabeo y hacerse nombrar pontífice-rey?. Jesús podía intentarlo. Había visto a las multitudes prestas a sublevarse a la voz de Juan el Bautista, y la fuerza que en sí mismo sentía era más grande aún. ¿Pero podría la violencia terminar con la violencia?. ¿Podría dar fin la espada al reino de la espada?. ¿No sería esto reclutar nuevas almas para los poderes de las tinieblas, que acechaban su presa en las sombras?.


Edouard Schure nos cuenta que tal vez  sería mejor hacer accesible a todos la verdad, que era hasta entonces el privilegio de algunos santuarios y de raros iniciados, y abrirle los corazones en espera de que ella penetrase en las inteligencias por la revelación interna y por la ciencia.  Es decir, predicar el reino de los cielos a los sencillos, substituir el reino de la Gracia al de la Ley, transformar la humanidad por el fondo y por la base, regenerando las almas. ¿Pero de quién sería la victoria? ¿Del espíritu del mal, que reina con los poderes formidables de la tierra, o del espíritu divino, que reina en las invisibles legiones celestes y duerme en el corazón del hombre?. ¿Cuál sería la suerte del profeta que osase desgarrar el velo del templo para mostrar el vacío del santuario, desafiar a la vez a Herodes y a César?. Una constelación brillante apareció en el horizonte, con cuatro estrellas en forma de cruz. El galileo reconoció el signo de las antiguas iniciaciones, familiar en Egipto y conservado por los esenios. En la juventud del mundo, los hijos de Japhet lo habían adorado como signo del fuego celeste y terrestre, el signo de la Vida con todos sus goces, del Amor con todas sus maravillas. Más tarde, los iniciados egipcios habían visto en él, símbolo del gran misterio, la Trinidad dominada por la Unidad, la imagen del sacrificio del Ser inefable que se despedaza a sí mismo para manifestarse en los mundos. Símbolo a la vez de la vida, de la muerte y de la resurrección, cubría hipogeos, tumbas, templos innumerables. Pero las cuatro estrellas se extinguieron y volvió la oscuridad. Un trueno subterráneo estremeció las montañas, y, desde el fondo del Mar Muerto salió un monte sombrío terminado por una cruz negra. Un hombre estaba clavado en ella y agonizaba. Un pueblo demoniaco cubría la montaña y aullaba con ironía infernal. Había comprendido. Para vencer, era preciso identificarse con aquel doble terrible, evocado por él mismo y colocado ante sí como una siniestra interrogación. Suspendido en su incertidumbre, como en el vacío de los espacios infinitos. Jesús sentía a la vez las torturas del crucificado, los insultos de los hombres y el silencio profundo del cielo. Puedes tomarla o dejarla, dijo la voz angélica. Ya la visión se esfumaba y la cruz fantasma comenzaba a palidecer con su ejecutado, cuando de repente Jesús volvió a ver a su lado a los enfermos del estanque de Siloé, y tras ellos todo un pueblo de almas desesperadas que murmuraban, con las manos juntas: “Sin ti, estamos perdidas. ¡Sálvanos, tú que sabes amar!”. Cuando Jesús despertó de esta visión, nada había cambiado a su alrededor; el sol naciente doraba las paredes de la gruta de Engaddi; un rocío tibio como lágrimas de amor angélico mojaba sus pies doloridos, y brumas flotantes se elevaban del Mar Muerto. Pero él no era ya el mismo. Un acontecimiento definitivo se había desarrollado en el abismo insondable de su conciencia. Había resuelto el enigma de su vida, había conquistado la paz, y una gran certidumbre se había apoderado de él.


Del desplazamiento de su ser terrestre, que había pisoteado y lanzado al abismo, una nueva conciencia había surgido radiante. Sabía que se había convertido en el Mesías por un acto irrevocable de su voluntad. Poco después, bajó al pueblo de los esenios. Supo allí que Juan el Bautista había sido aprehendido por Antipas y encarcelado en la fortaleza de Makerus. Lejos de asustarse por ese presagio, vio en él un signo de que los tiempos estaban maduros y que era preciso trabajar a su vez. Anunció, pues, a los esenios que iba a predicar por Galilea “el Evangelio del reino de los cielos”. Esto quería decir poner los grandes Misterios al alcance de las gentes sencillas y  traducirles las doctrinas de los iniciados. Parecida audacia no se había visto desde los tiempos en que Sakhia Muni, el último Buddha, movido por una inmensa piedad, había predicado en las orillas del Ganges. La misma compasión sublime por la humanidad animaba a Jesús. A ella unía una luz interna, un poder de amor, una magnitud de fe y una energía de acción que sólo a él pertenecen. Del fondo de la muerte que había sondeado y gustado de antemano, traía a sus hermanos la esperanza y la vida. Hay mucha evidencia de que Jesús seguía siendo esenio durante su vida adulta. El historiador Will Durant, escribió en su libro “César y Cristo”,  que la secta Esenia era la única con una tradición judía que no se oponía a los intentos tempranos de Jesús por una innovación religiosa. De las tres sectas mayores hebreas que existían en la Palestina de esos tiempos, Jesús sólo condenó a la de los Fariseos y Saduceos por sus vicios e hipocresía, no a los Esenios. Los Esenios y cristianos compartían muchos rasgos en común, sostenían creencias similares acerca de la vida en los “últimos días”, compartían el alimento en común, poseían la propiedad comunitaria, se comprometían en baños rituales y en el bautismo; y tenían algunos puntos organizacionales en común. Extraordinaria similitud se ha notado también entre varias doctrinas de los rollos del mar Muerto y las escrituras del Nuevo Testamento. Los historiadores apuntan a la estrecha amistad personal de Jesús con Juan el Bautista. Muchas de las prácticas bautismales y ascéticas, como la auto-negación de los Esenios eran lo que hoy conocemos como prácticas normales de los Esenios. Las similitudes son bastante grandes como para sugerir que Juan mismo era un esenio. Finalmente, tenemos la presencia activa de los “ángeles” que se dice guiaban a ambos, a los Esenios y al ministerio de Jesús.


A pesar de la fuerte evidencia, algunos teólogos todavía discuten si Jesús era un esenio. Sus objeciones están basadas principalmente en el hecho de que muchas de las enseñanzas de Jesús contradicen las costumbres Esenias. Hubo una buena razón para esta contradicción. Jesús, aunque esenio, había estado en contacto con el movimiento “Maverick” de la India.  Las religiones Maverick de la India fueron grandes acontecimientos históricos. Atrajeron millones de adherentes y tuvieron un fuerte efecto civilizador en Asia. El movimiento trajo la creación del llamado: Seis Sistemas de Salvación. Estos eran seis métodos diferentes desarrollados en diferentes épocas para lograr la salvación espiritual. Quizás el más significativo de los seis sistemas debido a su similitud con el Budismo, fue el sistema conocido como “Samkhya”. La palabra “samkhya” significa “razón”. El origen preciso de la enseñanza “samkhya” es desconocido. La doctrina Samkhya se le atribuye corrientemente a un hombre conocido como Kapila.  Quién fue Kapila, de dónde era y exactamente cuándo vivió, son todavía tópicos de especulación. Algunas personas colocan a Kapila aproximadamente en el año 550 a.C., durante la existencia de Buda. Otros creen que Kapila vivió antes. Alguna gente  sostiene que él no existió en absoluto, a pesar de la extraordinaria mitología que surgió a su alrededor. Quien haya sido Kapila o no, algunas de las enseñanzas atribuidas a él dejaron el terreno significativamente abonado para las posteriores filosofías Maverick. Por ejemplo, el sistema Samkhya enseñaba correctamente que habían dos entidades básicas contrastando en el universo: el alma (espíritu) y la materia. Enseñaba aún más: “Las almas son infinitas en número y consisten de pura inteligencia. Cada alma es independiente, indivisible (no puede ser escindida) , incondicionada (espontánea) , incapaz de  alteración, inmortal. No obstante, parece estar ligada a la materia.“. De todos modos, el sentido común nos dice que habría un límite a la cantidad de almas en existencia. “Infinito” puede significar un número tan grande que no se puede contar. Samkhya enseña que cada persona es un alma y que cada alma ha participado en la creación y /o perpetuación de los elementos primarios que constituyen el universo material. Las almas crearon los sentidos con los cuales percibir aquellos elementos. De esta forma, la gente creó por sí misma, no un “Dios” o un Ser Supremo, para aprobar o rechazar (dependiendo de la perspectiva de uno)  la existencia de este universo y todo lo bueno y malo  que existe dentro de él. La liberación del alma en cautiverio de la materia, de acuerdo al Samkhya, se logra a través del conocimiento.


El autor Sir Charles Eliot describe la creencia Samkhya de esta forma: “El sufrimiento es el resultado de estar el alma en esclavitud de la materia; pero esta esclavitud no afecta la naturaleza del alma y en un sentido no es real, porque cuando las almas adquieren conocimiento discriminatorio y ven que ellas no son materia, entonces cesa la esclavitud y ellas alcanzan la paz eterna “. Varias preguntas surgen de esta enseñanza Samkhya. Primero: ¿De qué forma han colaborado todos los seres espirituales en la creación del universo? Un vistazo a un libro de Física nos dice que el universo es un asunto enormemente complejo. El mismo gran científico Alberto Einstein no lo resolvió todo. Luego, ¿cómo es posible que todos nosotros, “simples mortales”, tengamos que ver con la creación de este mundo? La respuesta puede ser, que la materia está hecha de una aritmética simple y muy lejos de ser tan sólida como parece. El bloque de construcción básico de la materia física es el átomo. Un átomo está hecho de tres componentes principales: protones, neutrones y electrones. Los protones y neutrones se encuentran unidos para formar el núcleo o corazón del átomo. La rotación de los electrones a tremendas velocidades alrededor del núcleo produce la forma de “concha” de los átomos. El conjunto total se mantiene unido por la fuerza electromagnética. ¿Qué es lo que hace que un tipo de átomo sea diferente a otro? Exclusivamente, el número de protones y electrones. Por ejemplo: el hidrógeno tiene un solo protón y un solo electrón. Añada un protón y un electrón más a un átomo de hidrógeno y se obtiene el helio. Añada 77 protones y electrones más, y su generosa ayuda de neutrones, e inmediatamente se obtendrá oro. Busque de alguna forma el cobalto y añada uno más para formar el zinc. Se conocen 105 elementos básicos y cada uno de ellos existe en forma simple porque contiene diferente número de electrones y protones. Como podemos ver, la materia física está constituida por una serie aritmética simple que cualquiera puede hacer. La razón por la cual este arreglo parece trabajar es que la suma y resta de electrones y protones causa un cambio en la energía creada por el átomo. Ya que la materia es sólo energía condensada, un cambio en la energía de un átomo aplicando esta aritmética simple, causará un cambio en la sustancia física producida por el átomo. El universo se complica solamente después que las substancias comienzan a interactuar. Otro punto es que la materia física está lejos de ser sólida, y es mucho más efímera de lo que parece. Los átomos consisten casi totalmente de espacio vacío. Si el núcleo de un átomo de hidrógeno fuera ampliado al tamaño de una canica, su único electrón estaría girando a unos 410 metros de distancia.

El átomo más pesado, el que tiene más electrones, protones y neutrones es el átomo de Uranio, el cual tiene 92 electrones. Si se aumentara el tamaño del diámetro de un átomo de Uranio a 820 metros aproximadamente, el núcleo no sería más grande que una bola de baseball. Esto revela que los átomos están compuestos casi exclusivamente de espacio vacío, y que la materia, así sea un sólido y pesado granito, es sorprendentemente efímera. Nuestras percepciones físicas no detectan la naturaleza casi ilusoria de la materia, porque los sentidos físicos están construidos para aceptar una ilusión de solidez causada por el movimiento extremadamente rápido de las partículas atómicas. Si se lograra ver la materia como lo que realmente es, veríamos a la mayoría de los objetos sólidos como unas esponjas. A medida que transcurría el tiempo, fueron agregando muchos principios incorrectos a la enseñanza básica Samkhya, provocando eventualmente una degradación del sistema. Los otros sistemas Maverick sufrieron el mismo destino. El sistema Yoga por ejemplo, volvió atrás con la idolatría de un “dios” como parte de su camino  hacia la libertad espiritual. El otro sistema de los seis, el Mimansa, se hizo un intento por mantener las creencias de los arios e incorporarlas a los principios Maverick. Esto no funcionó porque no se pueden mezclar doctrinas objetivas, forzando una obediencia rígida, con enseñanzas diseñadas para la libertad espiritual y así esperar lograr esta última. Para tener éxito en el conocimiento de la verdad espiritual parece que se requiere la precisión exigida a cualquier otra ciencia. Diluyendo el conocimiento espiritual exitoso con enseñanzas erróneas se destruirá esta precisión. El movimiento Maverick indio, poco a poco llegó a detenerse a medida que más y más ideas arias buscaban reemplazarlo incorporándose al movimiento. Al mismo tiempo, muchas enseñanzas Maverick eran sacadas del contexto y absorbidas por la religión hindú. El resultado ha sido una mezcolanza espiritual sin esperanza desde entonces en la India. Antes de su último deterioro, el movimiento Maverick de la India trajo a la vida una de las más grandes religiones sencillas de la historia: el Budismo.


Fundado alrededor del año 525 a.C., por un príncipe indio llamado Gautama Siddharta, quien posteriormente fue conocido como el Buda  o el Iluminado, el Budismo se expandió rápidamente a lo largo y ancho del Lejano Oriente. Como el sistema Samkhya , el Budismo en su forma original no adoraba a los dioses Vedas. Se oponía al sistema de castas y no apoyaba las doctrina brahmánicas del Hindú elevado. Distinto a muchos budistas modernos, los antiguos budistas no tenían a Buda como un dios; al contrario, ellos lo respetaban como un pensador que había elaborado un método mediante el cual un individuo, mediante su propio esfuerzo, puede lograr la libertad espiritual por el camino del conocimiento y el ejercicio espiritual. Es difícil determinar cuán exitosos realmente fueron los antiguos budistas logrando sus objetivos, aunque Siddharta declaró haber alcanzado personalmente un estado de liberación espiritual. El Budismo, como otros sistemas Maverick, sufrió un enorme cambio escindiéndose y decayendo a medida que pasaban los siglos. Esto ocasionó la pérdida de la mayor parte de la verdadera enseñanza de Siddharta. Además, muchas prácticas y enseñanzas no creadas por Buda fueron posteriormente añadidas a su religión y se les clasificó erróneamente como budismo. Un buen ejemplo de esta decadencia se encuentra en la definición de “Nirvana”. La palabra Nirvana  originalmente se refería al estado de la existencia en el cual el espíritu ha logrado plena conciencia de sí mismo como un ser espiritual y no experimenta más el sufrimiento por la falsa identificación con el universo material. El “Nirvana” es el estado procurado por cada budista. El Nirvana también ha sido traducido como “la nada” o “el vacío”; concepto éste de horrible sonido que ha llegado a implicar a mucha gente hoy pensando que el nirvana es un estado de no-existencia o que envuelve la pérdida de contacto con el universo físico. En verdad, la meta original Maverick fue lograr mucho del lado opuesto. La verdad de Buda establece que el nirvana incluye una fuerte sensación de existencia, incremento de la propia determinación y de la habilidad para percibir con mayor precisión al universo físico. Jesús, como resultado, había llegado a ser él mismo, un Maverick rebelde. Él trató de seguir  adelante con una filosofía religiosa que frecuentemente estaba reñida con sus patrocinadores Esenios; y él sufría por esto. La mayoría de la información del Nuevo Testamento acerca de la vida de Jesús cubre solamente  los tres años inmediatamente previos a su crucifixión. Esos fueron los años del ministerio público de Jesús. Durante este tiempo, Jesús vivió dentro de las comunidades Esenias  por la simple razón de que estaba en plena realización de un viaje de predicación del cual se ocuparía hasta su crucifixión.

A cada esenio se le daba o él creaba para sí una llamada a la prosecución de una meta en la vida. Jesús perseguía la suya  como un maestro o guía. En ambos, en el Nuevo Testamento y en la Apócrifa, la vida de Jesús aparentemente está bastante bien cubierta hasta los 5  o 6 años. Luego hay un vacío completo de información acerca de lo que hizo y adónde fue. En  el Nuevo Testamento encontramos un episodio de Jesús apareciendo ante los letrados a la edad de 12 años, seguido por un silencio de 18 años, durante los cuales las actividades de Jesús son inexplicables. Repentinamente, en las cercanías de los 30 años de edad, reaparece Jesús y lanza su corta y tumultuosa campaña religiosa. ¿Adónde fue Jesús y qué hizo durante esos años de ausencia? La mayoría de los cristianos creen que Jesús pasó su juventud y adultez temprana trabajando con su padre como carpintero. No hay duda que Jesús ocasionalmente visitó a su  padre y  aprendió carpintería en aquellas visitas. Sin embargo, muchos historiadores sienten que hay muchos sucesos más en la vida de Jesús y tratan de descubrir qué más pudo haber hecho durante esos años críticos, cuando sus pensamientos, personalidad y motivaciones se estaban desarrollando. Lo que parece claro es que Jesús estaba siendo intensamente entrenado para su futuro papel religioso. Era común para los muchachos Esenios entrar a un monasterio esenio cuando tenían cerca de 5 años, a fin de empezar su educación. Esto explica la desaparición repentina de Jesús a esa edad. Algunos investigadores creen que Jesús fue llevado y educado en la comunidad Esenia, cerca de Haifa y frente al mar Mediterráneo. Aparentemente permaneció allí hasta su adolescencia. A la edad de 12 años hizo un viaje a Jerusalén en preparación para su bar mitzva, ceremonia judía de los 13 años, el año siguiente. Fue durante este viaje que Jesús debatió con los estudiosos hebreos. Jesús después desapareció de la historia otra vez. ¿Hacia dónde fue?


Hace unos años se exhibió una intrigante película documental de Richard Bock titulada: “Los años perdidos”. La película sugiere que Jesús viajó al Asia donde pasó su adolescencia y su adultez temprana, estudiando las religiones practicadas allá. Una fuente de la cual los productores de la película sacaron su conclusión fue de la “Leyenda de Issa”, un documento budista muy antiguo, presuntamente descubierto en el Monasterio de Himi,  en la India, por un viajero ruso llamado Nicolás Notovitch, en 1887. Notovitch publicó su traducción de la leyenda budista, en 1890, en su libro: “La vida desconocida de Jesús”. De acuerdo a la leyenda budista descubierta por Notovitch, un singular joven llamado Issa partió para Asia a la edad de 13 años. Issa estudió bajo varios maestros religiosos de Oriente, hizo algunas predicaciones por sí mismo y regresó a Palestina 16 años más tarde a la edad de 29 años. El significativo paralelo entre las vidas de Issa y Jesús ha llevado a conclusiones de que Issa era, de hecho, Jesús. Si esto es cierto, este viaje puede haber sido omitido por la Biblia porque contradice la idea de que Jesús había logrado su iluminación espiritual únicamente por inspiración divina. Si Jesús fue un esenio y viajó a Asia bajo el patrocinio esenio, y si es claro que los Esenios seguían una tradición aria, podríamos esperar que a Jesús lo enviaron a estudiar con los brahmanes arios en el subcontinente de la India. De acuerdo a la leyenda de Issa, esto fue lo que precisamente sucedió: “En sus catorce años el joven Issa, un bendito, vino a estos lados de Sindh (provincia al Oeste de Pakistán), y se asentó entre los arianos (Arios)….”. A la llegada de Jesús, “los sacerdotes blancos de Brahma le dieron una entusiasta y alegre bienvenida” y le enseñaron entre otras cosas, a leer y a entender los Vedas, y a enseñar y a exponer las escrituras sagradas hindúes. Sin embargo, esa alegre recepción rápidamente se convirtió en amargura, porque Jesús insistía en asociarse con las castas más bajas. Esto produjo fricciones entre Jesús y sus anfitriones brahmanes.

De acuerdo a la leyenda: “Pero los Brahamanes y los Katriyas (miembros de la casta militar) le dijeron que estaba prohibido por el Gran Para-Brahma (dios hindú) acercarse a aquellos que fueron creados de sus tripas y sus pies (el origen místico de las castas más bajas). Este, el Vaisya (miembro de la casta de comerciantes y agricultores) sólo puede oír el recitar de los Vedas, y esto sólo en los días de fiesta, y estos de los Sudras (una casta más baja) no sólo se les prohibe intentar la lectura de los Vedas sino aún mirarlos; porque ellos están condenados a la servidumbre perpetua, como esclavos de los Brahamanes, de los Katriyas y aún de los Vaisyas. Ellos declamaban fuertemente contra la arrogancia para la misma autoridad para despojar su ser-compañero de sus derechos espirituales y humanos. “Verily” dijo él, “Dios no ha hecho diferencia entre sus hijos, quienes todos son para él igualmente amados por Él”. Los sacerdotes blancos y los guerreros estaban tan enojados que enviaron sirvientes para matar a Jesús. Alertado del peligro, Jesús huyó de la ciudad sagrada de Djagguernat por la noche y escapó hacia el mundo budista. Allí aprendió la lengua pali y estudió las escrituras sagradas budistas (Sutras). Después de seis años, Jesús “podía exponer perfectamente las escrituras sagradas budistas”. La leyenda de Issa tiene una extraordinaria implicación. Retrata a Jesús como un reformador religioso sincero quien se encontró a sí mismo enfrentado a las tradiciones arias en las cuales había sido educado. Sus simpatías iban por lo tanto hacia los Maverick budistas. La influencia budista en las enseñanzas de Jesús son evidentes en la Biblia, como se nota en el Sermón de la Montaña, que contiene una filosofía asombrosamente similar al Budismo en sus días. Después de 15 años por Asia, Jesús viajó de regreso a Palestina vía Persia, Grecia y Egipto. De acuerdo a una tradición, Jesús fue iniciado dentro del grado más alto de la Hermandad en la egipcia ciudad de Heliópolis. Después de completar esa iniciación, Jesús regresó a Palestina, hecho ahora un hombre de 29 o 30 años.


La ruptura entre Jesús y sus anfitriones arios en la India en principio no parece que afectó adversamente las relaciones de Jesús para con la orden Esenia. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que el problema estallara. Jesús no compartía el ascetismo de sus hermanos Esenios y minimizaba la importancia del ritualismo para lograr la salvación espiritual. Jesús estaba rodeado de patrocinadores Esenios que creían fuertemente en la llegada de un Mesías y ellos estaban determinados a proclamar a Jesús como el nuevo Mesías.  Jesús les prohibió hacer esto. De acuerdo al historiador Will Durant, “Jesús repudió todos los reclamos por la dependencia davídica” y por mucho tiempo “prohibió a sus discípulos llamarlo el Mesías”. La mayoría de los historiadores atribuyen esas acciones al clima político existente de la época. Palestina estaba bajo la ocupación romana y los romanos tenían una opinión negativa de las profecías hebreas debido a sus insinuaciones políticas. Jesús no deseaba caer mal a los romanos, o así pensaba hacerlo. Sin embargo, había una razón de mucho más peso acerca del porqué Jesús no quería ser proclamado el Mesías de los hebreos. Él sabía que la proclamación era falsa y que él estaba siendo honesto con respecto a eso. Jesús quería dar a Palestina una ciencia espiritual genuina del tipo de la que los Maverick estaban intentando todavía en la India. Por eso, Jesús llegó a convertirse en un rebelde dentro de la organización de la Hermandad que lo apoyaba. El error más grande de Jesús fue creer que podría usar los canales de la red de la Hermandad para difundir una religión Maverick, a pesar de tener muchos amigos íntimos y amados en la orden Esenia.  Jesús nunca tuvo tiempo para establecer su sistema religioso Maverick porque algunos de sus partidarios y, de acuerdo a la Biblia, algunos “ángeles”, rápidamente lo metieron en problemas proclamándolo el Mesías. Los romanos y algunos líderes hebreos no perdieron tiempo para arrestar a Jesús y llevarlo a juicio. Los hebreos objetaban sus ideas religiosas no-ortodoxas, y los romanos sus pretensiones políticas. Justo a los tres años de haber comenzado su ministerio, según se dice, Jesús fue colgado en la cruz. Aunque hay evidencia que Jesús no murió en la cruz sino que sobrevivió para vivir el resto de su vida en aislamiento total, la crucifixión acabó con su ministerio público y preparó el camino para que su nombre fuera usado para implantar la filosofía del día del Juicio a la que él se había opuesto.

Una serie de documentos que aproximadamente datan de los años 400 después de Cristo son los llamados Rollos de Nag Hammadi, descubiertos en Egipto en el año 1945. Los rollos son copias hechas a mano de unos manuscritos originales más antiguos. La mayoría de esos originales, o todos, fueron escritos no más tarde del año 150 después de Cristo. Por ejemplo, antes de que los Evangelios del Nuevo Testamento se hubiesen redactado. Algunos estudiosos creen que muchos de los rollos de Nag Hammadi  son tan auténticos y menos alterados que los Evangelios del Nuevo Testamento. De acuerdo al Nag-Hammadi, Jesús no fue crucificado sino que lo fue otro hombre, Simón, que inteligentemente lo substituyó para sufrir el destino de Jesús. Cualquiera que sea la verdad, lo que es importante es simplemente que la crucifixión señaló el fin del ministerio público de Jesús. Sin embargo, los problemas de Jesús no pueden ser achacados exclusivamente a sus partidarios. A  pesar de su aprendizaje Maverick, Jesús fue incapaz de deshacer completamente  dentro de sí mismo una vida de adoctrinamiento como esenio. Hay una buena evidencia bíblica y apócrifa de que Jesús trató de mezclar dogmas con principios Maverick. Esto causaría que cualquier intento honesto de reforma espiritual fallase. La Biblia también indica que Jesús enseñó algunas de sus lecciones por medio de un sistema de misterios. La única esperanza de Jesús había sido romper completamente con la orden Esenia y sus métodos, pero es fácil comprender por qué no lo hizo. Su vida, familia y amigos formaban parte de esa organización. Aunque Jesús tenía una gran cantidad de seguidores, suficiente para atraer la atención, él no predicó lo suficiente como para entrar en los libros de historia de su  propio tiempo. Su fama creció después de la crucifixión, cuando sus discípulos viajaron a los largo y ancho para establecer una nueva secta apocalíptica. Con la continua ayuda de sus misteriosos “ángeles”, los misioneros cristianos hicieron de Jesús un nombre popular y crearon una nueva facción poderosa que  podría dividir más adelante a los seres humanos. El esfuerzo exitoso para hacer de Jesús la figura principal de una nueva religión del Día del Juicio, reunió a los más famosos escritores apocalípticos en el mundo occidental, entre los que destaca la Revelación de San Juan. Este documento, que es conocido también como el Libro de la Revelación o Apocalipsis, es el último libro del Nuevo Testamento. Deja a los cristianos con el temor de la espantosa profecía que los hebreos habían dejado con el final del Viejo Testamento: la llegada de una gran catástrofe global seguida por un Día del Juicio.


Pero, en realidad, no hay evidencia arqueológica ni escrita de la existencia real de Jesús. Esto no es óbice para que creamos que las supuestas enseñanzas de Jesús sobre el amor al prójimo son algo realmente deseable. Y lo mismo pasa con otros personajes bíblicos famosos como Salomón, Moisés, David, Abraham o Sansón. Todo lo que tenemos son los textos de los Levitas y las historias del Evangelio en sus diversas versiones. Se conocen varias decenas de autores que narraron los eventos de aquellas tierras durante el tiempo de Jesús, pero simplemente no lo mencionan, cosa algo extraña en alguien que hizo los milagros que se le atribuyen. Filón, que es uno de los mejores ejemplos de los eruditos y filósofos judíos que actuaron bajo la influencia del helenismo, tal vez pertenecía al linaje sacerdotal y pudo haber sido fariseo. Moisés fue para Filón el más grande de los antiguos como pensador, legislador y exponente de la verdad divina. Creía que Moisés era el exponente fidedigno de verdades que la filosofía vehementemente había procurado desarrollar en vano. Para Filón el resultado deseable del estudio filosófico era comprender la enseñanza de Moisés, como la revelación de Dios y la base de la verdad. La influencia del pensamiento filosófico no judío, especialmente de Platón, le dominó fuertemente. Y Filón pensaba que Dios era “el Ser por esencia“, en el cual no se debía pensar como una realidad material sino espiritual, o metafísica. Escribió una “historia de los Judíos”, que cubría toda la supuesta época de Jesús. Él incluso vivió en Jerusalén cuando se dice que nació Jesús y se afirma que Herodes mató a los niños, pero extrañamente no registra ninguno de estos hechos. También estaba allí cuando se dice que Jesús hizo su entrada triunfal en Jerusalén y cuando fue crucificado y se levantó de entre los muertos al tercer día. Pero, sorprendentemente, Filón tampoco dice nada. Asimismo, tampoco se encuentran menciones a estos hechos en ningún registro romano o en los relatos contemporáneos. Ante todos estos hechos, ¿podemos considerar que Jesús solo fue un personaje simbólico? Es difícil de afirmarlo concluyentemente, pero todo parece indicar que fue una historia basada en personajes más antiguos. Y lo que parece bastante evidente es que muchas religiones y sociedades secretas heredaron su simbología de la Hermandad Babilónica. Pero cada uno es libre de sacar sus propias conclusiones.

Fuentes:

Edouard Schure – “los grandes iniciados“
William Bramley – “Los Dioses Del Eden“
Gérard Anaclet Vincent Encausse (Papus) – “La reencarnación“
David Icke – “El Mayor Secreto“
Wikipedia











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